"Que las Madres de Plaza de Mayo hagan su duelo", artículo de Viviana Marcela Iriart, foto Eduardo Grossman Caracas 2005




Madres de Plaza de Mayo, 1977.





Rosana nació en Argentina en 1976.

El año en que los militares encabezados por Videla instauraron la dictadura más genocida que tuvo ese país en el siglo XX.

El año en que el Río de La Plata se llenó de cadáveres: los militares lanzaban vivas a sus víctimas al río. Los “vuelos de la muerte” se llamaron y eran bendecidos antes de partir por miembros de la Iglesia Católica.

Cuando Rosana tenía 1 año, 1977, miles de personas, incluso niñas de su edad, estaban detenidas-desaparecidas en campos de concentración.

Ese mismo año nacieron las Madres.

Todos los jueves hacían una ronda en Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, pidiendo que les dijeran dónde estaban sus hijas e hijos detenidos-desaparecidos.

Caminaban.

Porque los militares les habían prohibido estar paradas.

Las Madres estaban solas.

Solas con su miedo y con su amor.

Y su única arma era un pañuelo blanco en la cabeza.

La dictadura las llamó “locas”.

Y el pueblo, con honrosas excepciones, como un estúpido eco repitió el insulto.

En Europa, en cambio, a las Madres se las llamó “heroínas”. Eran admirables, dignas de respeto y credibilidad, valientes. Fueron recibidas por presidentes, ministros, intelectuales, y a todos le pedían lo mismo: ayuda para encontrar vivas a sus hijas e hijos.

Las Madres conmovían al mundo porque no eran políticas: eran solamente madres que por amor se enfrentaban, desarmadas y solas, a una de las dictaduras más sangrientas del mundo.

A los 2 años, 1978, Rosana jugaba feliz con sus felices abuelas.

No sabía que a esa misma hora otras abuelas recorrían comisarías, cuarteles y hospitales buscando a sus nietas de 2 años que estaban detenidas-desaparecidas.

Las Abuelas de Plaza de Mayo también estaban solas.

Cuando tenía 3 años, 1979, Rosana crecía protegida por el cariño de su madre y de su padre.

No sabía que otras niñas de 3 años crecían huérfanas porque su mamá y papá estaban detenidos-desaparecidos.

No sabía que otras niñas de 3 años crecían en campos de concentración sin ver la luz del sol.

Tampoco sabía que otras niñas llamaban “papá” al militar que había secuestrado, torturado y asesinado a su verdadero padre.

Rosana era una niña, ¿cómo podía saber eso?

Rosana siguió creciendo y no supo que las Madres fueron nominadas para el Premio Nóbel de la Paz.

Ni que varias Madres fueron detenidas-desaparecidas en Buenos Aires 6  asesinadas, ni otras más  fueron secuestradas y  asesinadas en el extranjero mientras denunciaban a la dictadura.

Tampoco que durante la guerra de Las Malvinas, las Madres marcharon junto al pueblo con pancartas que decían: “Las Malvinas son nuestras. Los detenidos-desaparecidos también”.

Rosana no sabía que muchos políticos se habían cobijado bajo las faldas de las Madres, tratando de sacar provecho de su prestigio internacional.

Y que les habían prometido que, al llegar la democracia, lo primero que harían sería encontrar a los detenidos-desaparecidos y encarcelar a los militares que los habían secuestrado.

Cuando Rosana tenía 7 años, 1983, la democracia retornó a Argentina y Alfonsín fue elegido presidente.

Lo primero que hizo fue negarle audiencia a las Madres.

Después encarceló a los cabecillas de la Junta Militar y dictó dos leyes que impedían juzgar a los cientos de militares acusados de violación a los derechos humanos: “Obediencia Debida” y “Punto Final”.

Los crímenes de la dictadura quedaron archivados para la historia en el informe “Nunca Más”.

Tan terrible lo que allí se contaba que el pueblo exclamó a coro: “¡Qué horror! Nosotros no sabíamos nada”.

Pero claro que sabían. Los diarios siempre lo  contaron, usando eufemisos para evitar la censura y convertirse en las próximas víctimas. No siempre lo lograron: hay cientos de periodistas detenidos-desaparecidos y otros cientos mal sobreviveron a la cárcel y fueron condenados, condenadas,  al exilio. Pero Rosana no tenía por qué saber que el pueblo mentía, era una niña.

Las Madres, igual que en la dictadura, siguieron marchando todos los jueves pidiendo por sus hijas e hijos. Las Abuelas igual.

Pero en la Casa de Gobierno no había militares hostigándolas.

Ahora había políticos.

Los mismos, sí, aquellos que se habían cobijados bajo sus faldas.

Cuando Rosana tenía 13 años, 1989, el presidente Menem indultó a los militares que el ex presidente Alfonsín habían encarcelado y el club de los genocidas volvió a tener su quórum completo.

Pero ese no era un problema de Rosana, todavía era una niña y no tenía ningún familiar detenido-desaparecido.

Tampoco de la mayoría del pueblo argentino, que un año después eligió a Menem presidente por segunda vez.

En 1993 Rosana tenía 17 años y la democracia cumplió 10 años.

Las y los  detenidos-desaparecidos seguían desaparecidos.

Sus genocidas, libres y ascendidos en sus puestos de “trabajo”.

Las Madres en su ronda de los jueves, incansables.

Tanta coherencia y perseverancia empezó a fastidiar a un país poco coherente y perseverante. Al país del “no te metás”, “por algo será”, “nosotros no sabíamos”.

Entonces comenzaron las difamaciones, las mismas que había instaurado  la dictadura. 

Rosana tenía 18 años, escuchaba todo.

Pero la campana siempre sonaba del mismo lado.

En 1995 Rosana tenía 19 años y se enteró que había chicos y chicas de su edad que marchaban con las Madres buscando a sus mamás y a sus papás.

Pero Rosana tenía vivos, y a su lado, a los suyos: no sabía lo que era una pérdida.

Un año año más tarde, en 1996, Rosana participó en una marcha por los derechos estudiantiles.

Sabía por una película, “La noche de los lápices”, que 20 años atrás, en 1976, un grupo de jóvenes de 17 años había sido detenido-desaparecido en La Plata por hacer lo mismo que ella.

Esas chicas y chicos, salvo dos, continúan detenidos-desaparecidos.

Rosana está viva.

Ahora tiene 29 años y es socióloga.

Las Madres tienen 28 años marchando pidendo justicia: que aparezcan con vida sus hijas e hijos.

Las Abuelas, buscando a sus nietas y nietos.

Los Hijos e Hijas,  buscando a sus madres y padres detenidos-desaparecidos.

Las y los detenidos-desaparecidos, las niñas y los niños nacidos en cautiverio, siguen desaparecidos, cautivos.

Los militares que les secuestraron, que les arrojaron vivos y vivas en los "vuelos de la muerte", que le robaron a las mujeres sus bebes nacidos en cautiverio para luego asesinarlas,  libres.

Algunos, incluso, fueron elegidos por el pueblo como gobernadores, intendentes.

Hasta reelectos fueron.

Algunas Madres y Abuelas han muerto.

De vejez. Pero también de tristeza.

Rosana es una chica sensible, inteligente, políticamente de izquierda aunque no confía en los políticos.

Ella cree que la democracia argentina es igual de mala que la última dictadura militar.

Y está harta de las Madres.

-¡Que se dejen de joder! ¡Hace 28 años que piden lo mismo!

- Si te hubieran detenido-desaparecido a una hija, ¿la olvidarías después de 28 años?

-¡Ma sí! ¡Que hagan su duelo! Hay que aprender a hacer el duelo, ¿sabés?

Yo no le digo que una cosa es el duelo y otra la justicia.

Ya no es una niña, debería saberlo.

Tampoco que creo que las Madres molestan tanto, a una parte del pueblo argentino, porque ellas le recuerdan su complicidad.

Porque la dictadura no pudo detener-desaparecer a 30.000 personas, el equivalente a un pueblo grande, si esos argentinos y argentinas no hubieran volteado la cara cuando los militares secuestraban a sus vecinas y sus vecinos.

Tuvieron miedo, ¿quién les puede culpar por eso? Muy poca gente tiene el coraje de las Madres y las Abuelas.

Pero en la democracia, ¿por qué no salieron a buscarles? ¿Por qué no exigieron castigo para los militares que  detuvieron-desaparecieron a miles de mujeres y hombres?

Por eso las Madres son un puñal atravesado en la conciencia colectiva de esa parte del pueblo argentino, que cree que el puñal desaparecerá si las Madres desaparecen.

Pero aunque las Madres no estén ese puñal siempre estará allí, porque se lo clavaron ellos mismos.

Y sólo se liberarán de él el día que exijan justicia para las 30.000 personas detenidas-desaparecidas y castigo para los militares que les secuestraron.

Rosana ya es una adulta.

Si no sabe es porque no quiere saber.

O porque la campana sigue sonando siempre del mismo lado.

O porque las y los sobrevivientes de la dictadura, que teníamos que contar una y otra vez lo que nos hicieron para que la historia no se repita, no lo hicimos.

Porque es difícil hablar con la boca llena de sangre por las heridas.

Por eso hoy, porque quiero a Rosana, con esa misma sangre le escribo esta carta incompleta, porque 29 años de historia no se resumen en unas líneas.

Yo fui condenada al exilio a los 21 años. Mi crimen fue escribir, en 1978, una pequeña frase en contra de la guerra con Chile en la minúscula revista de cultura que dirigía en La Plata: 4 páginas tamaño carta y 100 ejemplares de edición.

Durante casi 5 años los militares me secuestraron mi país: no me dejaron volver ni siquiera cuando mi hermana mayor estuvo en coma.

Regresé con la democracia.

Eso es una dictadura, querida Rosana.

Ahora tú me dices que quieres tener varios hijos.

En Argentina.

En ese país que quiere levantarse pisando la cabeza de  30.000 personas detenidas-desaparecidas.

En ese país que quiere crecer con un cuerpo que tiene los pies gangrenados por la impunidad militar.

Un país que no quiere ver que esa impunidad es el criadero de los futuros genocidas.

Y aunque estés harta de las Madres, Rosana, querida niña mía, si los pies gangrenados no son curados con la justicia, en unos años, cuando tus hijos crezcan, serás tú la que tendrá que aprender a hacer el duelo.


Viviana Marcela Iriart
Caracas 2005