Elio Palencia, director, autor: "El FITC fue un continuado y fructífero ejercicio de autovaloración y confianza, entre otras razones por haber sido una clara demostración de que, con los recursos necesarios administrados con rigor, eficacia y compromiso, somos capaces de llevar a cabo proyectos ambiciosos, al menos desde el ámbito artístico y, nada menos que desde un medio tenido tradicionalmente como “la cenicienta de la cultura”, entrevista de Viviana Marcela Iriart, Madrid, septiembre 2023

 



 

Elio Palencia y María Teresa Castillo






“Es cuando menos poco riguroso y hasta mezquino, desagradecido, responsabilizar a Carlos de los males e incapacidades históricas de quienes han administrado y ejecutado -cuando han llegado a tenerse- políticas para el sector de la cultura y las artes escénicas…”

 



Carlos Giménez y Giorgio Strehler en Italia. Foto: Ángel Acosta/Aníbal Grunn




Elio, ¿en qué FITC trabajaste y cuál fue tu tarea en él?

En el de 1988, en Publicaciones, en el equipo que llevaba Giorgio Ursini, co-director del festival. Estaba en la redacción, tanto del libro, como de la “Guía del espectador”, de la que fui encargado.

¿Qué importancia personal tuvo para ti el FITC?

¡Uff! (silencio, suspiro y sonrisa) No sabría medirla. Imagínate para un joven de provincias, de extracción popular, que en su adolescencia ni siquiera sabía que los oficios del teatro podían llegar a ser profesiones, un muchacho en pleno descubrimiento de su vocación por el arte dramático al que empezó a dedicar más tiempo que a la “carrera formal”, haber ahorrado dinero para darse como regalos las entradas para varios montajes… fue casi como los hijos de José Arcadio ante el hielo de Melquíades. Encontrarme en el Teatro Nacional o en el Municipal de Caracas viendo maravillas como el  “Olympic Man Movement” de Els Joglars o “Sueños de mala muerte” de Donoso en versión del Grupo chileno Ictus, en la sala Rajatabla… ¡Unos toboganes de emoción que me resultan patrimonio personal invaluable! Eso por hablar sólo del primero al que asistí (1983, aún no tenía veinte años)… Ya en los posteriores, me había mudado a Caracas, estaba en el medio como joven profesional y me movía en el radio de acción de Rajatabla (Ateneo de Caracas) de modo que accedí (tuviera para pagar entradas o no) a casi todos los espectáculos y eventos especiales con maestros como Luis De Tavira, Santiago García, Ricard Salvat, José Luis Gómez, Marco Antonio De La Parra… participar de esas auténticas fiestas de la ciudad en la que la belleza, el pensamiento, la reflexión y el acceso a ellos eran goce, dialécticas, revelaciones, ejercicios de autoestima, ventana a mundos muy diversos y fe en eso que decía Carlos -en referencia a los entonces llamados países del Tercer Mundo o “en vías de desarrollo” como Venezuela- sobre la cultura como gran baza y esperanza para Latinoamérica, un continente tan históricamente plagado de injusticias y profundas heridas.

Más personalmente, experiencias como las del “Suz o suz” de La Fura dels Baus, en el Poliedro, o La Nit de Comediants casi al tiempo de montajes de textos como Ay, Carmela de Sinisterra, El Teatro Kabuki o el grupo Macunaíma, Norma Leandro, que moviendo un trocito de tela pasaba de anciana a virginal quinceañera, los cubanos de Irrumpe o Flora Lauten, o el Crimen y Castigo de Wajda que era toda una experiencia sensorial, como meterte dentro de una peli, el método de Stanislavsky puro y duro, ¡El Berliner!… los soviéticos de Satyricon con Las Criadas o Alemania Tercer Reich por la Escuela de Georgia, también de la URRSS, los del propio país que no podías ver si no era en esos días, como el Centro Dramático de Maracaibo… las largas filas para comprar entradas, las funciones extras a puerta franca, la voluntad de que jóvenes y estudiantes pudiesen acceder, el furor del público, la movilización festiva de la ciudad -que ya era considerablemente insegura, pero parecía que durante esos días el hampa daba tregua (Risas) respetando arte y artistas- , los chorros de vida, creatividad, libertad y solidaridad que significaron en lo individual y lo colectivo… un privilegio que tuvimos quienes lo vivimos. Sin duda, nos marcó, unos referentes así, tanto en lo específicamente teatral como en lo ciudadano y las posibilidades de un país, del trabajo arduo e impecable de la gente de teatro (actores, administrativos, técnicos y estudiantes, muchos jovencísimos, éramos en esos días desde operadores turísticos hasta choferes, taquilleros, limpiadores, tramoyistas, redactores…) que bajo la gerencia del elenco estable de Rajatabla y sus allegados, actuábamos si no a la perfección, con un nivel voluntarismo y de solvencia logística bastante excepcional en un país como Venezuela.

¿Qué importancia cultural y económica crees que tuvo el FITC para Venezuela?

Mucho se ha escrito sobre la importancia del FITC para la cultura venezolana durante las épocas en las que Carlos estuvo al frente -desde sus inicios hasta su fallecimiento a principios de los años noventa- y se creó Fundateneofestival. Siempre hubo detractores y adversarios que, con diferentes argumentos -algunos absolutamente razonables y bien intencionados- atacaron el proyecto. El tiempo ha ido colocando algunas apreciaciones en su lugar y ratificando que indudablemente fue un hecho que impactó positivamente en varias generaciones, no sólo desde la capacidad de goce y la apreciación artística que como “ventana al mundo” desde las artes escénicas pudo ser, sino también desde los escalones formativos que supusieron sus distintas ediciones para mucha gente de la cultura, en general, para los teatristas en particular -entre los cuales cuentan muchos de los profesionales y formadores que vinieron posteriormente y  continúan hoy insistiendo en el teatro como arte- y para el público del país, la ciudadanía. Sumaría algo más que considero fundamental: constituyó un acicate importante en las acciones por superar esa condición sociológica, antropológica del venezolano, tan honda y causante de tantas rémoras como lo ha sido la fragilidad de su autoestima. El FITC fue un continuado y fructífero ejercicio de autovaloración y confianza, entre otras razones por haber sido una clara demostración de que, con los recursos necesarios administrados con rigor, eficacia y compromiso, somos capaces de llevar a cabo proyectos ambiciosos, al menos desde el ámbito artístico y, nada menos que desde un medio tenido tradicionalmente como “la cenicienta de la cultura”.  Ha habido muchas apreciaciones y controversias en relación al uso de recursos, que si perjudicaba o no a los grupos nacionales o iba en menoscabo de festivales locales necesarios para la consolidación de los discursos (dramatúrgicos y de puesta en escena) en el país, que se alentaba a un “público festivalero” que luego no era ganado para los nacionales o que los dineros usados para financiar esos eventos podrían haber satisfecho necesidades más acuciantes, etc. etc. En su momento, fueron sablazos constantes e incisivos con los que lidiaron sus organizadores, Carlos y la señora María Teresa Castillo a la cabeza, a fin de lograr continuidad. Ha habido razones y no pocas verdades en esos cuestionamientos, sin embargo, lo cierto es que, a años vista, muchos de quienes las plantearon (y fueron beneficiarios de esas muestras e intercambios mundiales, dicho sea de paso) han ido, cuando menos, aligerando el hierro que entonces pudo llegar a sumar obstáculos. Otra cosa cierta es que, dejar de hacerlo con las magnitudes de antaño, tampoco ha generado unas mejores condiciones estructurales ni materiales para profesionales y colectivos del teatro nacional, ni tampoco mayor exaltación de sus discursos o condiciones de vida -al contrario, hace ya un buen tiempo que prácticamente se acabó con los subsidios a los colectivos nacionales, ya en los años noventa empezaron a ser casi simbólicos- ni mucho menos ha supuesto un aumento en la afluencia de público a las salas, que además de ser menos, mantienen temporadas mucho más cortas y durante menos días a la semana. Por supuesto, sería de risa decir que aquellos recursos han ido a parar en maravillosos hospitales, mejores escuelas, maestros bien pagados o incremento en la producción agropecuaria o de servicios (¡!). Todo aquello -ataques que se personalizaban sobre todo hacia Carlos y la señora María Teresa, el Ateneo de Caracas y la Fundación Rajatabla- con y sin razones, evidenciaban -continúa evidenciándose treinta años después- la ausencia de claros criterios en el liderazgo nacional hacia el hecho cultural, lo errático e ineficaz de muchas políticas hacia el sector teatral así como la administración de los recursos destinados a él y, una vez más, la enorme dificultad de nuestros dirigentes -en lo público y en lo privado- para dejar de entender la cultura como ornamento, guinda del pastel, prenda de ostentación banal… es decir, como “Acto cultural”, esa visión superficial o vacua que tan sabia y amorosamente observó nuestro dramaturgo José Ignacio Cabrujas. Carlos también estaba muy consciente de eso, para él la esperanza de América Latina estaba en su Cultura, eso decía, porque lo creía firmemente. No sé qué pensaría tras las vueltas que ha dado el mundo occidental y sus valores respecto al teatro, y en Venezuela como parte de él, pero lo cierto es que, desde su individualidad y su vocación colectivista (Carlos era un social demócrata, de centro más bien hacia la izquierda moderada, pero -a veces a pesar de sí- con conscientes y enérgicos ramalazos del Anarquismo más libertario y republicano cultivado en Italia y España desde finales del XIX), siguió esta convicción y trabajó incansable, rabiosamente a veces, en función de ella, como pocos. Muchos le echaban en cara -y solo me remito a una flecha del mazo- qué en lugar de organizar un Festival internacional, se dedicara a uno de carácter nacional que consolidara la dramaturgia, o a procurar más apoyo para los grupos. Al respecto, me atrevería a asegurar que, si el día hubiese tenido más horas, Carlos hubiera organizado ¡No uno, tres! festivales nacionales y generado proyectos y recursos que apoyaran hasta a los que denostaban su estética y su persona que, por cierto, no estuvieron exentos de envidias, mezquindades, resentimientos y disfrazada homofobia. Se ha llegado a decir incluso que también de chovinismo, pero, a mi juicio, eso no lo fue tanto, pues uno de los valores hermosos y muy mayoritarios en el venezolano -aún y cuando no sea consciente de tal virtud- es la fortuna de no padecer de ese lastre; por el contrario, su problema histórico de soterrada baja autoestima ha sido tal, que no pocas veces ha confiado más en el de fuera que en sus coterráneos; rasgo que justamente, a mi juicio, Carlos comprendió muy bien y supo manejar con extrema inteligencia para construir, entre otras cosas, autoestima desde el teatro. Llegó a ser tan agudo captando necesidades, potencialidades y fragilidades de la sociedad venezolana que pudo lograr cosas que otros, locales, no habían conseguido para la dignificación de su profesión. Una frase que le escuché varias veces es “Rajatabla es una experiencia sociológica” y con ello se refería a la diversidad humana que lo conformaba y la respuesta que en grupo generaba esa riqueza. Desde un muchacho o muchacha de extracción obrera o campesina hasta el hijo de un dueño de un prestigioso banco, pasando por los emigrantes o sus hijos, la universitaria lesbiana de un suburbio caraqueño, el gay que había sido amenazado en su pueblo, la otrora rumbera o la ejecutante de música clásica, el evangélico y el bongosero del bloque podían encontrarse en un proyecto bajo su dirección. De hecho, en sus últimos tiempos, con iniciativas como el Instituto Universitario del Teatro (ahora, Universidad de las Artes), los Teatros Juveniles, el Taller Nacional de Teatro, el Centro de Directores y el Festival mismo, consiguió que mucha gente del sector tuviera medios de vida ejercitando sus oficios y perfeccionándose en ellos. Algo que no debería extrañar si se toma en cuenta que el primer grupo venezolano en lograr una nómina para sus integrantes -modesta, pero con la regularidad posible en un país como Venezuela- manteniéndola y potenciándola a través de autogestión por taquilla, escuela, giras internacionales, coproducciones y otras actividades,  fue Rajatabla bajo el liderazgo de Carlos, que conseguía sentarse digna y beligerantemente frente a los ministros y funcionarios de turno.

Entonces, al hilo de todo esto, aún en la complejidad del tema, voy a mi modesta apreciación personal respecto a algunos razonables argumentos de sus adversarios en cuanto a la dedicación a un Festival Internacional; a mi juicio, tiene que ver con las dos grandes vocaciones de Carlos:

Carlos era un hombre que amaba el arte teatral y, en ese mismo nivel, era un apasionado por el viaje, el conocimiento, la aventura, ¡el mundo! De niño, en su ciudad natal -contaba- veía pasar el tren y decía que un día lo recorrería. Mientras tanto, aprendía las capitales de esos países que un día visitaría (era impresionante, le preguntabas “¿Burundi?” y automático saltaba “¡Bujumbura!” “¿Honduras?” “Tegucigalpa”!). Ya alguien lo habrá contado, pero viene a colación porque, analizando, la acción de Carlos por realizarse como artista e individuo, le hizo, desde muy joven, dedicarse a unir ambas pasiones: el arte teatral y el afán por conocer el mundo. Halló un terreno receptivo y fértil en Venezuela junto a unos seres humanos con los que construyó su casa, una familia, que era como consideraba al Grupo Rajatabla, al que luego amplió a Fundación. Viajar fue motivación y meta desde la creación del grupo, lo hicieron por Venezuela cuando el teatro apenas se movía de las áreas del viejo Ateneo de Caracas y en las provincias en las que, salvo contadas excepciones, sobre todo de Teatros Universitarios, había auditorios con cuatro bombillos, casas parroquiales o canchas de bolas criollas; recorrieron Centroamérica prácticamente como mochileros, con energía juvenil abriendo brecha y sumando experiencias en lo individual y en lo colectivo; tuvieron un exilio en Madrid durante los setenta, donde la voluntad viajera continuó latente y la creativa se redimensionó, conociendo gente de teatro, estableciendo lazos, alianzas, aprendiendo para luego regresar a casa… ¿No parece obvio que de la unión de esas dos pasiones y contando con la capacidad de trabajo de él y su compañía, en un país entonces boyante económicamente -publicitado institucionalmente como “La Gran Venezuela”-, se propusiera un festival internacional con la envergadura que luego exhibió? (¡…!)

Eran sus pasiones y las condujo entrelazadas, trabajó, luchó y tuvo éxito con ellas. Crear y crecer en el teatro, conociendo el mundo con él y socializándolo ¡Un hombre siguiéndose a sí mismo! Organizar un festival, suponía recibir en casa al mejor teatro del mundo, ampliar relaciones y enriquecer ese entorno de cuya historia formaba parte. Carlos hizo todo lo que estaba en sus manos para cumplir esos deseos, los más prioritarios para su realización ¿No es lo que se tiene como valiente en un ser humano en libertad, según las circunstancias y oportunidades que le son dadas?  Y esto suponía diseñar proyectos, estrategias, seducir, persuadir a unos políticos, a unos empresarios, a colegas, a compañías e instituciones de muchos países y a unos medios acerca de la importancia, necesidad o rentabilidad del gasto o inversión social que, en el sector cultural, específicamente en el teatro, requería. Tal vez si hubiera sido más un escritor, lo habría hecho por un festival nacional o por una empresa editorial, pero era esencialmente un director, líder de un grupo que, como él, tenía vocación viajera, y procuró enfocarse en su aspiración personal en consonancia con beneficios a la comunidad a la que pertenecía.

Lo logró. ¿Cuántos en el mundo de la cultura o en otros sectores han podido ostentar realizaciones así?

Otros, contemporáneos suyos en el teatro, con visiones y metas diferentes trabajaron por ellas, con la fuerza y la capacidad que pudieron o quisieron. Pocos quizás tuvieron la capacidad, dedicación, fuerza, persistencia o simplemente la suerte -el azar también juega- suficientes como para que sus propuestas para el desarrollo del teatro venezolano persuadieran a quienes disponían de los recursos necesarios. ¿Habría sido distinto? Sin lugar a dudas. ¿Mejor? Nunca se sabrá. Sí se sabe de Carlos y su influencia, de sus obras, que existen como parte de la historia de un arte por demás efímero, testimonio de que alguna vez el liderazgo de un creador llegó a conseguir unos presupuestos inéditos para la “cenicienta de la cultura”, cosa que lamentablemente ninguna otra hada madrina de las artes escénicas -de entonces y posterior- ha logrado.

Respecto a quienes piensan que si esos recursos se hubieran destinado a satisfacer “necesidades más urgentes” se habría beneficiado más al país. Es algo que tampoco se sabrá. Si se han referido a hospitales, personal sanitario, mejores sueldos para educadores, alimentos para niños que en las barriadas pasaban hambre, etc. enseguida responderé que sí, desde luego ¡y Carlos habría respondido lo mismo! En este y en aquel momento. Carlos era tan brillante que reconocía y ponía en práctica su vocación de justicia social y su tendencia a una visión en las antípodas del conservadurismo, a la vez que se sinceraba expresando la posibilidad de que, por su afán de libertad individual, él difícilmente podría vivir en un lugar donde, en nombre de esa justicia, se le coartara -lo decía al hilo de su experiencia en los países del bloque socialista del siglo XX, algunos de los cuales visitó varias veces- en cuyo caso -decía- era él quien probablemente tendría que irse pues asumía que era incapaz de vivir en un lugar donde justicia social supusiera sacrificar esa libertad individual que tanto amó y defendió. Pero el caso es que, no era Carlos un hombre cuya vocación fuera la sanidad pública o la de un funcionario de la educación, tampoco la de la administración fiscal o la planificación estatal, no era un activista político partidista o sindicalista… era un hombre de teatro, un artista que, excepcionalmente, estaba dotado para la gerencia y las Relaciones Públicas, de modo que a ese campo fue que dirigió sus esfuerzos, y -otra excepcionalidad- sin dejar de ser un ciudadano comprometido con su entorno y, en particular, con los más desafortunados. Solamente hay que observar los contenidos, autores y niveles éticos de sus montajes teatrales, la voluntad de visibilización, cuando no denuncia, y exploración dramática constante en los intríngulis del poder, su ejercicio y el cuestionable orden social; su insistencia en las prerrogativas reflexivas, dialécticas y transformadoras de un trabajo escénico, además de su compromiso con la formación, tanto profesional como de espectadores y ciudadanía en general.

Si el día hubiera tenido más horas para Carlos…

Es muy fácil criticar una página escrita, lo difícil es escribirla. Carlos escribió muchas. Las confrontaciones, críticas y obstáculos en consecuencia, fueron proporcionales ¡Si hay algo que muchos no perdonan es el éxito del colega que no es amigo! Es cuando menos poco riguroso y hasta mezquino, desagradecido, responsabilizar a Carlos de los males e incapacidades históricas de quienes han administrado y ejecutado -cuando han llegado a tenerse- políticas para el sector de la cultura y las artes escénicas en un país, quienes lo han hecho tal vez tendrían que mostrar sus contribuciones y ponerlas sobre la mesa para, si a alguien le resulta útil, establecer balances. El devenir ha dejado claro que no hay comparación posible, llega a ser ridículo e incluso hasta injusto dado que cada cual tiene sus capacidades y limitaciones. Son muy equívocas y no pocas veces crueles las concepciones de fracaso o éxito aplicadas a todos por igual. Algunos de quienes obstaculizaban con críticas y acciones posteriormente han llegado a lamentar la ausencia de Carlos, algunos han detentado puestos de cierta capacidad de acción institucional en el sector cultural, ¿han conseguido acaso que los recursos que otrora se destinaron al evento internacional lo hayan sido luego para mejorar las condiciones de grupos e infraestructuras nacionales? Tras la ausencia física de Carlos, ¿ha sido capaz alguien de persuadir a los dirigentes de instituciones susceptibles de financiación o mecenazgo para lograr la cantidad, calidad y alcances que él, junto a quienes le seguían, logró? ¿Se ha avanzado en la dignificación del sector y en la capacidad de los creadores para darles continuidad, en libertad, con realizaciones individuales y colectivas a la vez que con incidencia social?

No es fácil, nunca lo ha sido en Venezuela, pero -según mi modesta observación, repito- Carlos en el alcance de su sueño personal -que incluía los de mucha gente y los de un país al que decidió pertenecer y amar a través del trabajo- actuó a partir de esas dos grandes vocaciones y motores: el teatro y el afán por conocer y comprender el mundo.  Desde la solidez de un colectivo teatral y un festival internacional, ambos de prestigio mundial, hizo una enormidad con lo que las horas del día, el contexto y sus circunstancias, le permitieron. ¿Cuántos hay de los que se pueda decir lo mismo?

En cuanto a María Teresa Castillo, no hay que dejar de recordar que Carlos Giménez y el Rajatabla muy difícilmente hubieran podido realizar con éxito tantos proyectos, si no hubiesen contado desde el principio con ella como adalid de los Ateneos de Venezuela y mujer estrechamente vinculada con el que fuera el periódico de mayor prestigio en Venezuela y el más influyente en cuanto a las artes, fuerzas vivas fundamentales en el desarrollo cultural del país durante el siglo XX. Desde la llegada de Carlos Giménez a Venezuela, la señora María Teresa quedó seducida por él, su juventud y su inmensa -casi delirante- voluntad de hacer, en y por la escena, al punto de llegar a considerarlo -y no sin las complejidades que esto conlleva- como un hijo más y, de hecho, ejercer con él la abnegada incondicionalidad que se atribuye a las madres.

 

INT/ RESIDENCIAS TIEMPO LIBRE – FIT-CÁDIZ AÑOS 90´s. DÍA

Como parte de la organización de Eventos Especiales del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral CELCIT-Madrid, Luis Molina y Elena Schaposnik me convocan a la oficina: “como el año pasado, te habíamos asignado volver a coordinar el Aula Iberoamericana y algunos foros, pero preferimos que te encargues de atender a Doña María Teresa y a sus acompañantes, Horacio Peterson y Romelia Arias. Que te asegures de que lo pasen bien durante el festival y cuando estén en Madrid”. ¡Qué maravilla! Ser guía de esas tres personas, entrañables ¡leyendas! dentro de las artes escénicas en Venezuela, fue una experiencia de privilegio. La cantidad de momentos llenos de risas y enternecimientos. Las comidas, idas a teatros y a otros sitios emblemáticos de Cádiz y en Madrid. Cuando inesperadamente, durante unos días, el trabajo se convierte en signos de admiración y papelillos. 

 

INT. PUERTO DE SANTA MARÍA – BODEGA Y CATA. DÍA.

Enólogo y azafatas muestran las barricas. Explican los procesos de elaboración de vino y otros licores. Chistes y picardías de Horacio y María Teresa, que enseguida me adoptan como circunstancial ¿sobrino? ¿ahijado? Romelia Arias hasta me ofrece su casa en Choroní, para cuando vaya a Venezuela. Son tres seres que no han perdido su capacidad de jugar y sorprenderse, de enriquecer la vida con esas salidas al vuelo tan de los hijos del Caribe.

 

EXT. PASEO MARÍTIMO DE CÁDIZ. DÍA.

Tras tanta cháchara y encadenadas carcajadas, achispados pero algo agotados ya, me piden que descansemos un rato. Los cuatro nos sentamos. Tras un rato, en silencio, los tres miran el mar, esa frontera entre Mediterráneo y Atlántico… Recuerdo a Carlos (FLASH BACK- CARACAS) “Tienes que conocer Cádiz, te va a encantar. Ese festival es glorioso. ¡Y la arquitectura, la gente…! En Cádiz, te das cuenta de dónde empezó todo”… y veo la mirada de la señora María Teresa (imposible que me salga el tuteo que me pide). Está relajada, sonríe… la recuerdo tras el estreno en la sala Rajatabla de una de mis primeras piezas “Habitación independiente para hombre solo”, salía acompañada de la gran América Alonso que al día siguiente: “María Teresa se emocionó mucho”. Yo, muy extrañado: es una pieza de problemática juvenil, muy ochentosa… ¿cómo…? Y América con su inteligente sonrisa: “uno de tus personajes es la compañera de un escritor… una mujer enamorada que lidia con la rivalidad, primero, de la vocación por la escritura y, segundo, de la fama y los amigos… Cuántas veces ella… ¡¿Cómo no se iba a emocionar?!” (FIN DE FLASH BACK) Vuelvo a ver a la señora María Teresa que voltea, me ve mirándola y sonríe con algo de melancolía. Me guiña el ojo.

 

EXT. CALLE ARENAL/ CARRERA SAN JERÓNIMO. MADRID. TARDE.

Del hotel donde están María Teresa, Horacio y Romelia al hotel Palace donde se hospeda nada menos que Margot Benacerraf. Mi encargo se ha extendido al Festival de Otoño de Madrid y debo acompañar a la señora María Teresa a este encuentro. Por el camino, cuentos y picardías de dulces de coco y Negro en Camisa que me hacían imaginar a esas dos mujeres tan fuera de serie, en la Caracas de los años cincuenta. Las dejo tomando algo bajo la maravillosa cúpula del café del Palace. Más tarde vendré a buscarla. Antes de salir, ya distante, volteo, las veo, animadas. Las dos de “rompe y rasga”, mujeres sin muchos pelos en la lengua, y con eso que llaman “mundo”. Recuerdo entonces una noche hace pocos años (FLASH BACK. 1990) cuando me entregó una escultura de Víctor Valera, un Premio recién creado para reconocer al joven destacado del año en el teatro, el Marco Antonio Ettedgui. Carlos lo creó junto a ella. (FIN DE FLASH BACK) Veo a lo lejos y, aparentemente, es una señora más tomando una taza de café… y de pronto siento un hondo agradecimiento… que ella haya sido tan maternal con Carlos, tan amorosa y generosa; tan fiera y determinada también como para, durante los años setenta, cuando parte de cierta élite caraqueña, pretendió con argumentos y modos no exentos de xenofobia, ignorancia y homofobia, “linchar” a Carlos, destruirlo moralmente, tanto en lo profesional como en lo íntimo, defenderlo y protegerlo a capa y espada. Desde su llegada a Venezuela, María Teresa Castillo supo captar la inmensa y excepcional capacidad artística, gerencial y personal, el espíritu singular de aquel joven; creer, confiar en él y, desde disponerse a procurarle todos los recursos que estuvieran en su mano -que no eran pocas puertas y ventanas- para que realizara todos los sueños que le fueran posibles; sabía que esos sueños serían socializados y enriquecerían -como enriquecieron- culturalmente al país, en especial a través de las artes escénicas, ¿no estaba eso en consonancia con lo que había sido su norte desde muy jovencita, no entraba en la lógica del dar y recibir al cobijarlo y arroparlo como se hace con un hijo? (FIN DE FLASH BACK). La señora María Teresa vuelve a voltear, ve que varios metros más allá la estoy mirando, que no me he marchado. Con la mano me llama y, no la oigo, pero le intuyo el caraqueño “¡vente, chico, bébete uno!”. Pero sonrío, digo que no y con la seña confirmo que vendré a buscarla. Ahora sí me voy; con mi play back: “…sí, si ella no hubiera adoptado y amado a Carlos… ¡Qué maravilla que coincidieran el uno con la otra! ...y que uno haya estado cerca”

Muchas gracias, Elio.

Muchas gracias a ti, Viviana. Un honor que me convocaras para este hermoso proyecto.



©Viviana Marcela Iriart

Madrid, Sept/ 2023

 



ELIO PALENCIA

Autor y director teatral. Guionista de cine y televisión.

Maracay, Venezuela, 1963. Se inicia como actor en los talleres de TEATRO de la universidad Simón Bolívar, de donde pasa a la escena profesional en elencos como Rajatabla y La Compañía Nacional de Teatro. Como dramaturgo, se forma en talleres del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, CELARG. y, como directoren el Centro de Directores para el Nuevo Teatro, CDNT. Ha escrito tanto para adultos como para el público infantil y juvenil; en ocasiones, a partir de su interacción con actores y actrices, material literario de otros autores (Gallegos, Meneses, Florencio Sánchez, Brecht, etc.) o experiencias comunitarias. Desde finales del siglo XX, ha sido uno de los autores más llevados a la escena a lo largo y ancho de Venezuela. Ha recibido premios entre los que destacan los de dramaturgia Marqués de Bradomín para Jóvenes Autores de España (1993); Esther Bustamante (1988), Juana Sujo (1989 y 1990), CELCIT  (2004); el Premio Municipal de Teatro José Ignacio Cabrujas en cuatro ediciones (2007, 2008, 2010 y 2012),  Isaac Chocrón y Premio de la crítica AVENCRIT 2016; también los de Puesta en Escena Carlos Giménez (1994)Mejor Propuesta del II Festival de Jóvenes Directores (1989) y Marco Antonio Ettedgui: joven de las artes escénicas 1990. En España, donde residió entre 1991 y 2004, colaboró con salas del Teatro Alternativo y fue Coordinador de publicaciones y eventos del CELCIT-Madrid (FIT de Cádiz, Madrid, Badajoz, Bilbao y Agüimes). Su trabajo en las tablas ha ido en paralelo con la escritura para TELEVISIÓN, donde ha participado en programas de ficción como dialoguista, argumentista, coordinador y creador de proyectos (en España con TVE, Fernando Colomo PC, GloboMedia, Boca TV y en Venezuela con RCTV, Venevisión, FVC, CONATEL). En CINE, ha escrito algunos guiones originales y colaborado con cineastas como Luis Alberto Lamata, Román Chalbaud e Ignacio Márquez. Su guion de Cheila, una casa pa’ maíta, fue producido por la Fundación Villa del Cine; con él obtiene el Premio al Mejor guión en el Festival de Cine Nacional de Mérida, Venezuela 2009. Ha sido Asesor de guiones, facilitador de talleres y seminarios de dramaturgia y guión en Monteavila LatinoamericanaUniversidad Audiovisual de Venezuela y Laboratorio del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía CNAC, entre otrosAlgunos de sus textos han sido publicados (CELCIT, El Perro y la rana, Fundarte, Fundación Autor-SGAE, Revista Conjunto y Editorial Paso de Gato). Ha participado como Jurado en concursos y eventos tanto del teatro, como del cine. Desde 2018, reside nuevamente en España.

eliopalencia13@gmail.com           @palenciaelio

 Socio SGAE Sociedad general de autores de España