Historias de Crisi y su
sicoanalista Berlia (fragmento)
Con todo mi amor a mi ex sicoanalista,
Doris Berlín,
que me salvó el alma y
la vida,
esta pequeña sátira
sobre el psicoanálisis,
que tanto respeto.
CAPÍTULO I
Cuando Berlia llegó a la fiesta Crisi ya
no tenía nada amable que decir. Había bebido lo suficiente, lo necesario, para
encontrar su punto de lucidez. Es en esos momentos en que, al decir de sus amigos,
su talento mordaz escupe mejor por su boca. Es el momento en que más trabajo
tiene su secretaria, que graba todo lo que Crisi dice y quien, al
día siguiente, se encarga de poner por escrito lo que ella dijo. De sus peores
borracheras, afirma Crisi, han salido sus mejores escritos. “El talento sin el
alcohol”, afirma, “es como el agua: calma la
sed pero no la lujuria”.
Pero no vayan a
confundirse. Crisi no es mujer dada a criticar a otras. Le encanta que le cuenten
un chisme pero de ahí a repetirlo… ella está demasiado embelesada con su
propia vida como para dedicarle siquiera un minuto a la vida ajena. Por eso no
notó la llegada de Berlia a la fiesta, tan elegante ella, tan gélidamente cálida, tan
sensualmente sicoanalista. Y se fue. Rodeada de su séquito que nunca la
abandona.
Berlia siempre ejercía
una extraña fascinación sobre la gente. No era exactamente lo que se
dice una mujer bella, no, era una mujer, ¿cómo se diría? extraña, sí, tal vez
esa sea la palabra, una mujer extraña y misteriosa, tan majestuosamente extraña
y misteriosa que se veía hermosa.
Hasta que Crisi se fue,
la fiesta había estado, como siempre, en sus manos. Crisi no necesitaba
hacer nada para ser siempre el centro de atención, ella simplemente era
la
reina de todas las fiestas, nadie podía escapar al magnetismo que ejercía
su alegría y su locura. Y una reina nunca ocupa el espacio de otra, así
que cuando Berlia llegó ocupó, sin ningún ánimo imperialista, su propio
reinado. Es que Berlia siempre estaba ajena al impacto que causaba sobre los
otros, esos otros que no podían evitar verla a hurtadillas, o
descaradamente, mientras tomaba whisky importado, delicadamente,
escuchando las conversaciones de su entorno. A veces ella se volteaba, como si
sintiera que la estaban mirando. A veces también pasaba que la mirada indiscreta no
se apartaba de sus ojos. Entonces ella miraba como sólo ella sabía
hacerlo, con ojos de profundidad oceánica. Miraba muy seria, sin molestia,
curiosidad o reproche. Ella miraba sólo para poner las cosas en su sitio, y las ponía.
Aunque sólo fuera por un instante porque las personas, vencidas por su extraña
magia, volvían sus ojos a ella una y otra vez. Berlia parecía darse cuenta de
estas claudicaciones porque jamás, en una misma noche, miraba dos veces
a una misma persona. Berlia era mujer de un solo
acto.
CAPITULO II
Crisi es tan excéntrica
que en vez de usar zapatos usa medias.
Para no ensuciarlas o
quemarlas con alguna colilla de cigarrillo tirada en el piso, sus asistentes
van siempre delante de ella barriendo las veredas y las calles.
Crisi es tan alegre que
nunca nadie ha podido verla triste.
Cuando ella ríe el sol
se esconde para no quemarse con la blancura de sus dientes.
CAPITULO III
Cuando Berlia llega a
su casa prende la contestadora automática. En vez de oír los mensajes los
analiza. La contestadora a veces se enoja y le contesta (es una contestadora muy
moderna, como todo en su vida). Berlia la amenaza: “o te callas o te
desconecto”. La contestadora sabe que está en sus manos. Por eso la ama. Y por eso
también, a veces, la odia.
(Lo que Berlia no sabe
es que la contestadora, en venganza, no le graba algunos mensajes.
Cuando Berlia se va la contestadora ríe metálicamente a sus espaldas).
CAPITULO IV
Consultorio de Berlia
Berlia está atendiendo
a Crisi, que le recrimina que frente a un gran dolor el psicoanálisis no sirve.
Berlia, por supuesto, no admite semejante disparate. “Ella no puede
admitirlo”, piensa Crisi, “porque sería admitir la inutilidad de su propia existencia”.
Crisi le dice: “Vengo
aquí a llorar un gran dolor y tú agarras mis lágrimas y analizas porqué caen y
el porqué de su tamaño. No piensas en el dolor por sí mismo. El dolor, por si
no lo sabes, es independiente de las lágrimas”.
Berlia responde: “Pienso
en tu dolor, sólo que en las causas del mismo, no en sus consecuencias. Me
interesa el contenido de la botella no el envase.”
“¡Oh, qué original!” -responde
Crisi con ironía- “Tú lo estás admitiendo, claro está, tal vez sin darte
cuenta. El psicoanálisis frente a un gran dolor es inhumano. A veces un
buen abrazo es más eficaz que un buen análisis”.
Asombrada, Berlia
pregunta: “¿Quieres que te abrace?”
Resignada y furiosa
Crisi se encoge de hombros.
Lacónicamente Berlia
dice: “Tú tienes que hablar de tus fantasías. Es muy importante. Yo no las
conozco. Si tú no hablas de ellas yo no puedo adivinar. Soy analista no
tarotista”.
Crisi sabe que esta
conversación es inútil y Berlia también. Ambas saben que el sicoanálisis que práctica
Berlia no admite contacto físico. El sicoanálisis tiene reglas que Berlia le
impone a Crisi mientras le habla de libertad.
Berlia, elegantemente
vestida de negro, tan moderna ella, se debate en su sillón, negro también,
dispuesta a no admitir las fallas de su profesión.
Mientras la escucha,
obviamente no puede verla porque está en el diván, Crisi prepara su respuesta
con la perversa intención de molestarla, de herirla de muerte si fuera
posible. Berlia domina tan bien la situación, y por ende a Crisi, que a ella le provoca
meterle los dedos en los ojos para desestabilizarla, aunque sea por un rato.
“Si yo fuera capaz de
liberar a mi agresividad en estos momentos”, piensa Crisi, “los diarios de mañana
hablarían del asesinato de una sicoanalista en manos de una paciente furiosa
de comprensión. Y sé que un ejército de pacientes y ex pacientes aplaudirían
felices mi gesto a lo largo del mundo. De hecho, no creo que haya juez ni jueza
capaz de condenarme por asesinar en legítima defensa. Berlia no tiene derecho
a asesinar mis argumentos y a no ser condenada por ello”.
Berlia, en silencio,
espera el contraataque de Crisi, un poco sorprendida de que no haya llegado ya.
“Pero, la verdad, me
encanta discutir con Berlia porque ella es inteligente, tremendamente
inteligente. Ella es como un cazador, acechando sigilosamente a la paciente,
esperando con exasperante calma el momento exacto para disparar la palabra
exacta y herir. A veces mortalmente.”
Berlia, con total
despreocupación, analiza el estado de las uñas de sus manos. “Tengo que pasar por la
manicure”, piensa, “este color no hace juego con mi nuevo vestuario. Y por
cierto, hablando de vestuario… ¿seguirá esa oferta tan buena en “Mamarrachos”?
¡Vaya nombre para una tienda! pero su elegancia es de primera. ¿Y esta
loquita que estará tramando que pasa tanto tiempo en
silencio?”
Crisi continúa
enajenada por sus pensamientos: “Pero a veces logro alterarla. Y ella se escucha tan
bella cuando esto sucede que me conmueve. Algunas veces, pocas lo admito,
también he logrado que ella se devuelva por el camino de sus palabras y me dé
la razón. Son mis pequeños triunfos, los que me permiten sobrevivir en
esta batalla en donde llevo ya tantos fracasos. Cuando el psicoanálisis se
vuelve guerra, yo vengo dispuesta a matar o morir por argumentos”.
“Ya lo decía mi madre”,
piensa Berlia, “con los artistas mejor no tener relación. Son todos locos. Pasan
de un estado al otro sin motivo aparente. Y si tienen mucho éxito, como
Crisi, ¡válgame Dios! Su ego es tan grande como la carpa de circo más grande del
mundo”.
“Pero la necesito”, se
dice Crisi, “Y cuando más la amo es cuando más la odio porque odio amar
unilateralmente. Berlia cree hoy que voy a dejar la terapia, que lo piense, ¡ja!
Ella jamás va a saber que hoy la necesito más que nunca”.
La mano de Berlia
persigue a un mosquito.
Falla dos o tres veces
en su intento pero finalmente lo aplasta contra la pared.
Una mancha roja se
impone sobre el blanco, acusadora.
La mano de Berlia también
ha quedado manchada, las patas y las alas del mosquito se confunden
con sus líneas.
Después de mirar
pensativamente su mano, como si intentara descubrir algo en ella, agarra un pañuelo
de papel y se limpia.
Estruja con placer el
papel y lo arroja al tacho de basura sin que Crisi se haya percatado de nada.
El rojo de la pared,
sin embargo, se hace más vivo.
“Si sus palabras
pudieran ser tan lindas como su cabellera”, piensa Crisi viendo la imagen desdibujada
de Berlia en la ventana, “Berlia conquistaría al mundo entero. Su cabello de
miel, ¡y sin ninguna abeja!”
Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia (fragmento)
Caracas 1989
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