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Elisa Lerner por Efrén Hernández |
Lo dijo cuando la entrevista había
finalizado y tomábamos té con masitas en la acogedora cocina de su apartamento
caraqueño. “Elisa, me acaba de regalar
el titulo de la entrevista” le dije
emocionada. “Es de la novela que estoy escribiendo, pero se lo presto”
respondió con una sonrisa la escritora, ensayista y dramaturga, Premio Nacional
de Literatura 2000.
Pero no comenzamos hablando de su
nueva novela, una hora antes, sino del elogio de Julio Cortázar a su monólogo
“La mujer del periódico de la tarde” (1976):
“¿Hijos? No. No tengo. Mi
negligencia, mi descuido, mi distracción no me
ha permitido tenerlos. Pero,
ahora, cuido de cada arruga de mi rostro como
de un hijo. ¡Y en que madre prolífica me he convertido! Por supuesto, el máximo
desaliño ha sido arribar a los cincuenta. (…) Pero, últimamente, estoy
albergando la convicción de que los productos de primera, en el rostro de
una mujer de cincuenta, se vuelven de segunda. (…)
Untándole un poco de petróleo a mi crema Ponds me siento mucho
de un hijo. ¡Y en que madre prolífica me he convertido! Por supuesto, el máximo
desaliño ha sido arribar a los cincuenta. (…) Pero, últimamente, estoy
albergando la convicción de que los productos de primera, en el rostro de
una mujer de cincuenta, se vuelven de segunda. (…)
Untándole un poco de petróleo a mi crema Ponds me siento mucho
más
nacionalista. (…)
Para una, la inflación comienza después de los cuarenta.
Para una, la inflación comienza después de los cuarenta.
Cómo
se ponen, entonces, de caros los hombres.”
- - El escritor Julio Cortázar escribió una carta elogiando este monólogo.
- - Sí, en una carta que él no me envió a mí sino a una muchacha, Susana Castillo, que era profesora
en la Universidad
de California y venía mucho aquí porque escribió varios libros sobre teatro
venezolano. En el año 1979 ella le
mandó a Cortázar mi monólogo y él
le escribió y le dijo: “No dejes de decirle a Elisa Lerner que me gustó
muchísimo su monólogo”. Yo he hecho
referencia públicamente a esta carta pero nunca la he publicado porque no era
una carta para mí.
-
- A los 11 años usted le dijo a su padre que quería ser
escritora. ¿Cómo supo siendo una niña lo que quería ser?
-
- Porque a mí me iba muy bien en la escuela con las
composiciones, siempre era la mejor y eso no era fácil porque yo tenía compañeras que eran
brillantes, muy inteligentes, como Marianne Khon Becker. Por eso yo creo
que la escritura es un don.
- -
¿Leía mucho de niña?
- -
Sí, en las vacaciones
leía muchísimo y esas eran como mis vacaciones, la lecturas. Y por otro lado yo
tenía una hermana, todavía la tengo pero está muy enferma, mayor que yo,
Ruth, que estaba llena de luz. Ella fue una persona muy importante aquí en
Venezuela, fue ministra de educación, embajadora en la Unesco… Pero continuando
con el relato, lo importante para mí es que ella estaba llena de luz, de una
felicidad de vida durante nuestra infancia, nuestra adolescencia, como si ella
estuviera de primera en el camino.
- -
¿Su hermana también escribía?
-
- No, si ella hubiera querido hubiera escrito muy bien, porque
yo leí un trabajo que hizo en la
primaria sobre un clásico español y era una maravilla la fluidez de su
escritura. Pero ella decidió declamar porque había nacido en Europa, en cambio
yo nací en Valencia y me trajeron aquí a los 3 años y nuestra mudanza coincidió
con la muerte del general Gómez. Yo me
enteré esto que le voy a contar cuando
leí una larga entrevista que le hicieron a mi hermana: como ella llegó a
Venezuela de 3 años y medio no dominaba el idioma y aunque era una niña
preciosa supongo que las niñas le harían mofa o algo así porque no hablaba bien
el español. Entonces un día ella se paró en la plaza Bolívar de Valencia y
comenzó a decir poemas, ella tenía un gran talento para decir poemas de una
manera especial, no de esa manera solemne como lo hacían las declamadoras
profesionales de la época. Y entonces,
gracias a mi hermana, yo escuchaba los
poemas más hermosos de ese tiempo, Lorca, Antonio Machado y Rubén Darío,
siempre Rubén Darío, sus largos poemas… Mi hermana también declamaba a las
grandes poetas sudamericanas y como ella tenía que aprenderse de memoria cada
poema, yo estaba allí y la escuchaba una y otra vez. Y entonces me acostumbré al ritmo del idioma, del castellano. Por otro lado mi madre era de lengua
alemana y había hecho el bachillerato en Czernowitz, una ciudad muy importante
que había sido como el último bastión del imperio austrohúngaro, y mi padre era de Nova-Solitza, una pequeña
población en la frontera que algunas veces fue rusa y cuando él vino para acá
era rumana. Y mis padres nunca llegaron a hablar un español académico. Mi madre me hablaba y cantaba canciones en
alemán cuando yo era muy niña, por ejemplo para que yo me bebiera la leche que
no me gustaba. Pero llegó un momento en
que dejó de hablar alemán y de cantar canciones, y eso sucedió cuando llegó el
nazismo.
(...)
Fragmento del libro ENTREVISTAS
©Viviana Marcela Iriart
Caracas 13 de mayo 2012
Foto: Efrén Hernández