"Mi dolor de exilio es tan grande que cubre todo mi cuerpo.

Muevo un dedo del pie y sufro".

Lejos de casa


Gaza y el surgimiento del antisemitismo en Europa / Dr. Chaim Bernard ,Tel-Aviv, New York Times





¡Denme una estrella amarilla! Un lúgubre parche cosido con la forma de la Estrella de David que cada judío se vio obligado a colocarse en la Alemania nazi así como en cada país que los alemanes conquistaron; cada país en Europa, incluso algunos aliados de Alemania; cada cultura que buscaba exponer al judío odiado.

Una estrella amarilla que se colocaron mi padre y mi madre, mientras tú, Europa, te atenías a ello.

Eso es lo que soy para ti: el judío culpable. El judío que roba. El asqueroso judío. El judío infrahumano. El judío que sólo puede hacer el mal –bombardear a inocentes niños musulmanes— ya que eso es, por supuesto, todo lo que hacemos, todo lo que siempre aspiramos como una nación, una raza.

La estrella amarilla se nos impuso. Se nos introdujo en nuestras gargantas. Significaba el deshonor y se asociaba al antisemitismo, tal como ustedes probablemente saben. Debía ser un parche de oprobio, tal como la Letra Escarlata de Hawthorne. Pero 6 millones de veces peor.

Denme una estrella amarilla.

Quiero colocarme una estrella amarilla encima de mi pecho izquierdo en cada pieza solitaria de ropa que posea. En mi traje Armani, en mi camiseta Nike, en mi suéter Ralph Lauren, en mi capucha Champion, mis jeans Diesel, mi chaqueta de ciclista de South Beach. Me la colocaré incluso en la playa sobre mi pecho desnudo si hace falta.

Quiero caminar por las calles de París, cerca del Marais y ser visto por ustedes, los antisemitas europeos.

Fuera de la Gran Sinagoga de Estocolmo, el Centro Torah de Bruselas, el Memorial de Anna Frank en Ámsterdam, el Museo del Holocausto en Berlín la Casa de Sigmund Freud en Londres.

Quiero que todos ustedes me vean y oírles decir: ‘Miren, aquí viene el judío, no es como el resto de nosotros. Tan sólo es un sucio judío. Un asesino en masa. Mata a niños musulmanes y luego usa su sangre para hacer bollos de Matzah, tal como el resto de los judíos. Bombardean masivamente a gente inocente. Son inútiles salvo por su conocimiento, sus premios Nobel, y su éxito. Matan niños, esos judíos.

¿No lo sabían? Los judíos son los dueños de Hollywood, de los medios, de los bancos. Son la escoria de la tierra. Roban. Hitler tenía razón. Vayamos a pintar esvásticas sobre las tumbas de sus abuelos. Vayamos a darle una paliza. Vayamos a matarlo. Vayamos a asesinar a un rabino en Miami o en Bruselas'.

Quiero una estrella amarilla.

Europa, para mí esa estrella amarilla es un símbolo de todo lo que apoyo. Es un símbolo de sobrevivir al mal. Es herencia y conocimiento. Tolerancia y optimismo. Es fuerza y confianza frente a la debilidad e inseguridad de a quienes no se les ha enseñado suficientemente bien lo que sus madres han debido enseñarles. Esa estrella amarilla es educación, resistencia. Es lo bueno por encima de lo malo, y es vida.

Es testamento para todos quienes murieron trágicamente llevándola, para que sus futuros hermanos y hermanas sobrevivientes nunca sepan tener miedo de quienes son nuevamente. Para que nunca se callen, para que nunca pidan disculpas por sobrevivir.

Gracias a ellos y, por supuesto, para ellos, ese parche amarillo dejó de ser un parche de vergüenza hace tiempo. Es mi parche de honor. Sobreviví a la indiferencia de ustedes, a su estupidez, a su falta de humanidad, su odio y su ignorancia.

Para mí es Me Ca** en su Estrella europea amarilla.

Es una estrella que ciega cualquier otro emblema que promueve el odio. Ahoga la forma, el perfil y el color de las esvásticas, de las banderas negras de ISIS y Al Qaeda, y el verde de Hamas o el amarillo de Hezbollah.

Antes de ser llevados en manada a la cámaras de gas hace cerca de 70 años, los judíos que portaban su estrella amarilla oían decir “Maten a los judíos,” ”Heil Hitler”, El único judío bueno es un judío muerto, “Judío ladrón” —y todo ello antes de ser condenados al ostracismo de sus comunidades, desprendidos de sus pertenencias, bienes, identidades, humanidad y eventualmente, sus vidas. Oían palabras. También ocurrió en otros países. Como en el país de mi padre. País del que fue expulsado por ser un judío. Por ser un sucio judío.

Siempre empieza con palabras.

El mismo género de palabras que estamos oyendo ahora en los medios sociales de ustedes. En sus calles. En demostraciones. En conversaciones. Palabras que no tienen nada que ver con Israel, Palestina. Política.

El Medio Oriente o cualquier cosa. Tal vez no estén muy felices con ISIS y Hamas, pero si o están tratando de exponerlos por lo que son, entonces ustedes no son parte de la solución sino parte del problema. Ustedes nada saben de su propia historia, nada sobre la conquista islámica de Europa desde el año 626 hasta el día de hoy –la santa Jihad. El zumbido del mundo se somete ahora al zumbido de palabras anti israelitas y antisemitas. Palabras antisemitas a las que judíos como yo estamos acostumbrados. Les hablo a ustedes, Dieudonné. Mel Gibson. Roger Waters. Y al resto de ustedes, ignorantes que odian a los judíos. Y les hablo a ustedes, Líderes Islámicos Radicales detrás de sus púlpitos predicando mentiras y odios en nombre de Alá. Y a ustedes, espectadores inocentes en Europa.

Les hablo a ustedes, supuestamente gentes liberales –amigos míos, incluso– que pasan demasiado tiempo hablando acerca de Israel que lucha por su existencia en una guerra defensiva, “desproporcionadamente” (como si el bombardeo de Dresden, la muerte de Bin Laden, la invasión de Berlín por el Ejército Ruso nunca ocurrieron) pero hablando muy poco acerca de los centenares de miles que están siendo asesinados en Siria. Hablando muy poco sobre el hecho de que Isis se apodere del medio oriente y clave cabezas en palos, que fusila gente en zanjas, que decapita a un periodista en You Tube. Hablando muy poco sobre sirios gaseados o de un semiculto Primer ministro turco que arroja el mismo género de antisemitismo virulento que termina en una sola cosa.

Y no olviden el 11/9. El 7/7 de Londres, las bomba en el tren de Madrid o el Maratón de Boston mientras están en lo mismo.

Dirijan una buena y sólida mirada a mi estrella amarilla. Vean de donde vino. Vean lo que se hizo después de que nosotros, los judíos, nos vimos forzados a llevarla y pregúntense entonces: ¿les estamos haciendo lo mismo a otros? ¿Nosotros judíos? ¿Nosotros israelíes? ¿Estamos nosotros, los judíos determinados a exterminar gente? ¿Es acaso eso lo que queremos? ¿O hay otros que hacen lo que ustedes piensan que nosotros hacemos –otros que se niegan a expresar o a condena con una simple presión en su botón de Me Gusta?

He aquí lo que el clérigo Pastor Martin Niemöller escribió: “Primero quemaron sus libros y yo no hablé de ellos. Luego vinieron por los judíos y yo no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por mí y ya no había nadie que pudiera hablar a favor mío” Escribió esas líneas en 1933 –demasiado tarde– y se refería a los nazis. Pero esas palabras suenan igualmente verdaderas.

En vista de más del 10% de la población musulmana en Francia, más del 8% en Alemania, más del 6% en Inglaterra, de los neonazis en cada país europeo, o del Udo Voigt nazi con una curul en la Comisión de Derechos Humanos en el :Parlamento Europeo.

Yo, por mi parte, Europa, no voy a ningún lado.

Nunca más. A pesar de que algunos lo deseen, NUNCA MÁS.

Para cualquier otra persona que lea esto desde lejos que pueda estar de acuerdo con lo que yo digo, ya se trate de Judíos o no judíos, no se compadezcan de mí. Estamos bien y no tenemos miedo y estamos aquí para quedarnos.

No temas, Europa, porque no pretendo ser una víctima. Ninguno de nosotros lo somos. Y espero que tu tampoco. Mi estrella amarilla se está enfrentando al extremismo en su cara.
¿Me siento bien con la estrella amarilla? Totalmente.

Dr. Chaim Bernard 
Tel-Aviv
(Carta al New York Times, edición europea)

(Traducción: Carlos Armando Figueredo)






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