Murió el 28 de marzo de 1993 a los 47 años. En su corta vida dirigió más de 60 obras de teatro, tuvo inmensos éxitos como “Bolívar”, “Martí, la palabra”, “Tu país está feliz”, “Señor Presidente”, “El Coronel no tiene quien le escriba”, “El Campo”, “La muerte de García Lorca”, “La Honesta persona de Sechuán”, “Casas Muertas”… que le depararon gran cantidad de premios en Venezuela y en el extranjero.
Con Rajatabla recorrió el mundo entero con sus espectáculos, fue invitado a los principales festivales de teatro del mundo y creó muchas de las instituciones teatrales más importantes de Venezuela: el Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC) , el Instituto Universitario de Teatro (IUDET), el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), CDNT, ASITEJ, Rajatabla Danza, Premio M.C.Castillo, Premio M.A. Ettedgui; 2 festivales de teatro y el grupo El Juglar en Córdoba, con el participó a los 19 años en los festivales de Nancy (Francia), Cracovia y Varsovia (Polonia) ganando sus primeros premios internacionales.
Dirigió el Festival Internacional de Teatro de Caracas hasta 1992. Gracias a Carlos, María Teresa Castillo y todo su equipo, en Venezuela no tuvimos necesidad de ir a Nueva York, Londres o París, y tener dinero, para ver el mejor teatro del mundo: el mejor teatro venía a nosotros, a nuestra casa, lo podíamos ver pagando una entrada económica y en el café Rajatabla nos encontrábamos con Lindsay Kamp, Kantor, Griselda Gámbaro, Manuel Puig, The Berliner Ensemble, Eva Bergmann, Els Joglars, Nuria Espert... Y nos sentábamos a sus mesas y hablábamos, y nos entendíamos aunque no sabíamos una palabra de alemán, polaco o sueco, porque en teatro el sentimiento es el idioma universal. Y para ese idioma no se necesitan palabras. Sólo corazón.
Carlos, entre otras de sus virtudes, fue un director que siempre apostó por la dramaturgia venezolana y latinoamericana. Aunque dirigió clásicos, lo de Carlos fue siempre estar abriendo caminos, para sí y para otros, para otras, siempre abriendo caminos con una generosidad que no tenía límites.
Cuando la dictadura acabó en Argentina, Carlos fue llamado desde su ciudad natal y le ofrecieron un cargo importante, muy bien remunerado: Carlos viajó y ayudó a formar el Festival Internacional de Teatro de Córdoba y después regresó a Venezuela. A su país. El país que él había elegido como suyo.
En Córdoba, una sala de teatro lleva su nombre.
En Caracas no.
Pero su obra fue tan inmensa que Carlos está siempre presente: él sigue estando en todo el teatro venezolano así hayan pasado 17 años de su muerte.
Carlos no se olvida nunca, aunque ninguna sala lo recuerde.
Su vacío, todavía, no lo ha llenado nadie.