«El propio presidente determina el rito sobre la violencia, la muerte y la miseria. Con ello queremos recordar el sentido de la libertad y desenmascarar la represión sofísticada.»
Carlos Giménez, El País, Madrid, octubre 1978
¡Bravo, Carlos
Giménez! Porque Carlos (Argentina 1946-Venezuela 1993) en apenas 30 años de
carrera dirigió más de 60 obras de teatro en Argentina, Venezuela y en Estados
Unidos, donde fue invitado por el mítico Joseph Papp y creó ocho
instituciones culturales de gran importancia.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porqué creó el Festival Internacional de Teatro de Caracas, junto a la entrañable y talentosa María Teresa Castillo; el IUDET (Instituto Universitario de Teatro), el Grupo Rajatabla, el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), el Centro de Directores para el Nuevo Teatro (CDNT), ASITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Juventud), Rajatabla Danza y, en Córdoba, el grupo El Juglar cuando todavía era adolescente.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque cuando Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, vio el “El Coronel no tiene quien le escriba” adaptada y dirigida por ti dijo de sus personajes: “No los reconozco, los conozco. No los había conocido, los conocí ahora. Yo me imaginaba cómo eran, pero nunca los había visto. Ahora los vi.”
¡Bravo, Carlos
Giménez! Por haber llevado a Venezuela lo mejor del teatro del mundo,
permitiendo que tomáramos talleres con los grandes Maestros y Maestras y ver
sus espectáculos a precios populares: Tadeusz
Kantor, Berliner Ensemble, Peter Brook, Giorgio
Strehler, Peter Stein, Lindsay
Kemp, Pina
Bausch, Norma Aleandro, Vanessa
Redgrave, Kazuo
Ohno, Tomaz Pandur, Eva
Bergman, Eugenio Barba, Yves Lebreton, Peter
Schumann, Antunes
Filho, Gilles
Maheu, Santiago
García, Darío Fo, Els Joglars, Franca
Rame, Ellen Stewart, Josehp Papp, Andrezj Wajda, Dacia Mariani…
¡Bravo, Carlos
Giménez! Por hitos como “Señor
Presidente” de Miguel Ángel
Asturias, “Bolívar” y “La Muerte de García Lorca” de José
Antonio Rial, “Martí, La Palabra” de Ethel
Dahbar, “La Honesta Persona de Sechuan” de Brecht, “Tu
país está feliz” de Antonio
Miranda, “El Campo” de Griselda
Gambaro, “La señorita Julia” de Strindberg,
“Peer Gynt” de Ibsen, “El
Coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel
García Márquez… Porque sus obras fueron ovacionadas en Europa,
Estados Unidos y América Latina. Porque su talento como director y
gerente cultural fue único, extraordinario, irrepetible en la escena
latinoamericana.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 19 años gana sus primeros premios internacionales en los festivales de teatro de Cracovia y Varsovia (Polonia), uno de ellos otorgado por el Instituto Internacional de Teatro-Unesco (ITI) y participa en el Primer Festival de Teatro de Nancy (Francia).
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 22 años recorre América Latina por tierra haciendo teatro para las hijas y los hijos de los mineros, los pescadores, las campesinas, los olvidados y olvidadas de la tierra y nunca dejó de hacerlo.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque fue generoso, amable, humilde y agradecido, aunque a veces la leyenda diga lo contrario. Un ser humano con todas las virtudes, defectos y contradicciones de los seres humanos.
¡Bravo, Carlos Giménez!
Porque fue un genio.
Y me haces mucha falta.
“(Carlos) No se ensoberbeció con su poder; lo gozó, que es otra cosa, y lo usó con fines altruistas. Siempre reconoció que sin sus compañeros no habría logrado nada y agradeció a las personalidades que lo apadrinaron (…)”
Rubén,
¿en qué año, en qué ciudad y en qué circunstancias conociste a Carlos?
Hasta donde me ayuda la memoria, fue por los 60 en
Manizales, en un festival de teatro que se realizaba (o todavía se realiza) en
esa ciudad colombiana; dirigía El Juglar,
grupo de jóvenes argentinos, y participó en el evento con un montaje experimental y políticamente
inconformista de una obra del absurdo; creo que fue Pic-nic en el campo de batalla, de Arrabal. Me impresionó mucho su
trabajo; lo anticipe señalado para hacer cosas importantes; después se
vino con su gente a Caracas.
El
acontecimiento fue en el discurrir de lo que podría verse como una primera etapa,
que abarca desde su salida de Córdoba (Argentina) acosado por la censura y
atropellos de la tiranía castrense, hasta su primera estada en Caracas; son los
días de peregrinaje por América, inspirado por el ideal
romántico-revolucionario de hacer teatro para campesinos y obreros, con el fin
de activar su conciencia y impulsar la protesta. Entonces la estética de la
puesta en escena de Carlos es "pobre", en el sentido de ser
esquemática, realizada mediante materiales sencillos, con recursos elementales;
de algún modo respondía a aquello de "una
tarima, una pasión y un actor" de
Lope de Vega, puesto en función de ideales contestatarios.
Coincidió
su llegada con una condición un tanto crítica en el ambiente teatral de la capital, que
favoreció su encaje en el mismo. Horacio Peterson, artista de origen chileno de
notable trayectoria como director y maestro en el país, había renunciado a la
conducción del Teatro del Ateneo de Caracas, entonces y por décadas la
institución de promoción cultural más
importante en Venezuela; se designó a un comité para buscar un sucesor, al cual
me convocaron sin ser miembro formal de la institución; directores locales
declinaron la responsabilidad; súbitamente aparece Carlos Giménez. Carlos había
fascinado, literalmente hablando, a María Teresa Castillo, verídica mater y
alma del Ateneo de Caracas y personalidad de poderosa influencia en lo
cultural; fue ella quien lo propuso para el cargo. Hubo dudas en el
seno del comité, por cuanto la tarea a realizar era de envergadura; el último
montaje de Peterson (1968) había sido su versión de Marat-Sade de Peter Weiss, una huella difícil de superar. Carlos
era apenas algo más que un muchacho −estaría
en sus tempranos veinte años− sin obra conocida en Venezuela; pero con ese respaldo era difícil rehusarlo.
El hecho es que de un día para otro
Carlos figuró presentando una obra de su dirección en el teatro del Ateneo de Caracas; y ahí se quedó.
Rubén,
que interesante lo que me cuentas, porque
la leyenda urbana decía que
Carlos le había serruchado el piso a Horacio Peterson, quien había
sufrido horrores por esa “traición”, y
tú, de primera fuente, cuentas todo lo contrario. ¿Cómo era Carlos entonces?
Hablé de "fascinación" y lo vuelvo a repetir.
Era una personalidad con impacto social, como se dice en
sociopsicología; de esas que se hacen sentir con sólo ingresar en un ambiente:
dinámico, convincente, de excelente oralidad, lúcido, rebelde, bien informado,
con el bello aspecto de uno de esos efebos perfilados en los escritos griegos.
Una vez, en cierta crónica, lo describí como un ángel furibundo. Reunía todas
las características de un líder; era un
"animal político" que intuitivamente sabía vender sus ideas y
maniobrar en función de lograr sus objetivos.
¿Crees
que Carlos cambió cuando se hizo famoso
y se convirtió casi en el hombre más poderoso de la cultura venezolana?
El
"casi" viene a lugar, porque no faltaban otros con más peso; quienes,
por cierto, lo respaldaron; sin el soporte de personalidades como Miguel Otero
Silva, por ejemplo, no hubiera podido ocurrir Der aufhaltsame Aufstieg des Arturo Ui, o le hubiera resultado mucho más difícil. Hasta donde llega mi
conocimiento, no cambió en nada. No se ensoberbeció con su poder; lo gozó, que es otra cosa, y lo usó con fines
altruistas. Siempre reconoció que sin sus compañeros no habría logrado nada y
agradeció a las personalidades que lo apadrinaron y a instituciones como el
periódico El Nacional, el Ateneo y el CONAC.
Carlos era un hombre
muy generoso, de ayudar a la gente tanto con dinero como con trabajo. En
general tenía un carácter apacible pero cuando se enojaba estallaba como un
volcán. Yo, que trabajé con él, lo escuché gritar muchas veces pero nunca sin
motivo. ¿Cómo fue tu relación con él?
Yo no trabajé con él, pero muchas veces lo vi
trabajar con otros, y en efecto, a veces erupcionaba; era lo que dice un sujeto
temperamental. No obstante, la gente no reaccionaba con ira ante sus estallidos
porque, como tú lo dices, eran justos. Carlos disponía de otra característica
propia del líder espontáneo, la de hacerse respetar y amar al mismo tiempo por
sus colaboradores; y se hacía querer porque trataba a las personas de su entorno afectuosamente, reconociendo sus posibilidades
y dándoles oportunidades de
demostrarlas, elevando su autoestima; como director de actores, tenía habilidad
para hacer brotar lo mejor del intérprete.
En
lo personal, nuestra relación tuvo una dinámica de amor-y-odio, según la tónica
de mis críticas; de ello supe por los chismosos que nunca faltan; públicamente nunca
tuvo hacia mí una manifestación de malquerencia; nos tratábamos con civilidad y
respeto. Nos hicimos amigos más adelante, en los viajes que hice con Rajatabla.
En esas travesías conversamos largo y tendido, aunque sin llegar a la
intimidad; en cambio, mi mujer, Lithya, y Carlos, sí llegaron a ser muy
próximos. Al fin y al cabo, ella fue una excelente psicoterapeuta con una
disposición natural para despertar
confianza en el otro y hacer que se abriera. Por intermedio de Lithya supe de
aspectos de su personalidad que no pienso revelarte. Me imagino que seguirán
platicando animadamente en algún lugar del infinito "más allá".
Me
parece muy bien que no me los reveles, e incluso te lo agradezco, porque eso no
sería justo ¿no crees? Volviendo a los viajes, ¿recuerdas a qué lugares fuiste,
años y qué obras llevaba Carlos?
Viajé con Rajatabla por los países de lo que fue la Unión
Soviética y a la Argentina, con el fin de dar conferencias y coloquios sobre el
teatro venezolano y de reportar a El
Nacional; hasta donde recuerdo, la obra era Bolívar.
Cómo
crítico, ¿cuál de sus obras te gustó más y por qué? ¿Cuál te gustó menos y por
qué?
Recurro al fenómeno llamado "saliencia": en una masa de recuerdos,
cuál resalta. De pronto se destaca Bolívar,
pero quizá fue porque la vi muchas veces y la discutí con sus autores; por allá
sale a relucir La Charité de Vallejo de Larry
Herrera, vista una vez... Y por otro lado despunta la memoria del montaje pirandeliano... Me resulta difícil responder a esas preguntas; creo que me gustaron
todas por una u otra razón. No obstante, hilando fino, me quedaría con Bolívar; es una obra francamente
imponente por su síntesis del texto inteligente e inspirado de José Antonio
Rial, la música avant garde de Juan
Carlos Núñez y la puesta en escena; es
una creación experimental en el mejor sentido del término, en el de transgredir
fronteras; la crítica europea la consideró una nueva forma en las artes
escénicas, a medio camino entre la cantata, el teatro dramático y la ópera;
musicólogos de la Universidad de California con los que tuve oportunidad de
conversar, quedaron impresionados con el uso del discantus dodecafonico de Núñez... En mis críticas no faltaron observaciones adversas, pero a estas alturas de mi vida tengo una memoria
global de su obra caracterizada por lo "espectacular" en la puesta en
escena, de acabado impecable; el tratamiento laborioso del actor y la densidad en
las ideas, siempre apuntando hacia el disconformismo en todos los
elementos. Trabajos que me depararon
asombro y emoción, a la vez que indujeron mi reflexión. Esa es la visión de
conjunto; en ella, encuentro tres obras claves para entender la ideología de
Carlos, las focalizadas en el poder corrupto, empezando por Señor Presidente, seguidas por El Candidato y El héroe nacional. Un examen detallado de esa proposición lo
desarrollo en mi ensayo incluido en un libro sobre Rajatabla. Me encantaría
citarme para ser más preciso, pero no lo
tengo conmigo en este auto exilio. ¡Ah, sí!, porque si antes fue Carlos quien
debió dejar su país acosado por los gorilas argentinos, ahora soy el yo el auto
expatriado debido a las atrocidades hechas en nuestro país por el poder supra
corrupto cubazolano. Tú sabes, Viviana, que los latinoamericanos nos turnamos
en asunto de dictaduras: estos diez años te toca a ti, los próximos treinta a mí,
y así sucesivamente; con brotes de democracia de sospechosa pulcritud aquí y
allá.
Rubén,
no sabía que estabas autoexiliado y lo lamento mucho, porque sé cuánto duele el
desarraigo. Volviendo a las obras, me llama la atención que no nombres “Tu país
está feliz”.
Bueno, me concentré en esa última etapa de su trabajo
creativo, un tanto alucinado por los recuerdos de Bolívar, que fue emblemática para Rajatabla y de las obras sobre el
poder. Es oportuna tu observación porque esa pieza fue notable por varias
razones. Tu país está feliz, a partir
de poemas de Miranda y música de Xulio
Formoso, es una característica
proposición contestataria −del todo en el espíritu de la época: los "años
de la conmoción", los sesenta y tempranos setenta− en forma de comedia musical del tercer mundo, quiero
decir, esquemática y realizada con recursos elementales, en contraposición a la
gran comedia musical de los países desarrollados; y todo eso tiene una lectura política; con ella también
empieza a funcionar el imán que atrae a un sector sensible de la juventud y
nace formalmente el grupo Rajatabla. Reconozco sus méritos, pero, para mi
gusto personal, otra obra de su
presencia inicial en Caracas me impactó más, y esta es La orgía, a partir de un texto dramático de Enrique Buenaventura;
no es tan significativa como Tu país...,
pero me impactó por mi inclinación hacia lo extravagante, lo grotesco, el gran
guiñol y el manejo de lo pornográfico como recurso de desmontar estructuras
mentales adocenadas. Todo eso está amalgamado en La orgía. Fíjate, le dio tan duro al establecimiento local que
apenas duró diez funciones; la censura operó con la debida eficacia. A
propósito, creo que es la censura la
única institución eficiente de las pseudo democracias actuales
latinoamericanas.
En
la entrevista que le hice a Azparren Giménez él cuenta que “La Orgía” fue supuestamente censurada por el Ateneo: se lo escuchó decir a Carlos en Manizales. Yo siempre había
escuchado que la censura había provenido del gobierno. ¿Qué recuerdas tú de
aquel momento?
Amiga, no sabría decir si fue el Ateneo o el gobierno; en
cualquier caso, de haber sido el Ateneo, sería para cuidarse las espaldas por
presiones del gobierno. El presidente
era Rafael Caldera, vale decir, mandaba el partido socialcristiano Copei, y esa
gente, como tú sabes, es muy delicada en los asuntos de la moral pública.
¿Y
ese ensayo tuyo al que hiciste referencia, no se podrá conseguir en ningún
lado? Sería muy bueno publicarlo, si tú
lo autorizas, claro, en el blog no oficial dedicado
a Carlos.
Es fácil de
conseguir, figura en el libro el libro Rajatabla: 20 años de vida para el teatro venezolano (Blanca Sánchez /David Rojas, Caracas, 1991). Desde luego,
autorizo su publicación.
Muchas
gracias, Rubén. ¿Alguna vez Carlos se enojó contigo porque escribiste una
crítica que no le gustó?
Conmigo personalmente, no. Pero gracias a los chismosos
antes aludidos, supe que en alguna oportunidad tuvo sus arrebatos de ira a
causa de algún comentario desfavorable; y también sus regocijos. Me contaron
que una vez abrió el periódico el sábado
en la mañana y apenas ver el título de mi nota largó un grito de alegría y pegó un salto; quienes
lo acompañaban no entendían su reacción, por cuanto el título en cuestión era
una sola palabra: ¡Sombrero! Ignoraban que decir ese vocablo es una forma arcaica y refinada de honrar a una
persona, por aquello de que antes la gente se despojaba de esa prenda como
signo de respeto.
¿Crees
que hay un “antes y un después” de Carlos en el teatro venezolano?
Conclusivamente,
su presencia parte en dos la historia del teatro venezolano. En nuestro país
existía un movimiento teatral activado por directores creativos, excelentes
dramaturgos y actores, con muy pocos técnicos teatrales; los vestuaristas y escenógrafos, como especialidad, casi no
existían; por lo general eran artistas plásticos interesados en explorar esos
campos. Era un movimiento que se había vuelto "apacible", diletantístico,
vocacional en lugar de profesional en el buen sentido del término, dirigido a
público maduro inteligente, sin
compromiso con las inquietudes de la gente joven, salvo el realizado en el
contexto de la Universidad Central; por
otra parte, el teatro de denuncia, de cuestionamiento, estaba apagado, después
de haber tenido momentos de eclosión con los primeros Festivales Nacionales, en
los que algunas obras conmocionaron el ambiente,
y fueron objeto de represión. Recordemos que el gobierno de Betancourt
enfrentaba la onda subversiva que corría por toda América, y ese teatro estaba
en su frecuencia. Con la presencia de Carlos ocurrió un shock; todo empezó a cambiar; el teatro de protesta resurgió con un
aspecto novedoso y le dio protagonismo a la juventud, a sus anhelos y
esperanzas; reflejó las tendencias ideológicas y las tensiones sociopolíticas,
y la
captó como público para el espectáculo.
Carlos Giménez no fue unánimemente aceptado en el
ambiente venezolano; tuvo adherentes apasionados y detractores ácidos; quizá
llevado por la frustración inició otro peregrinaje, por Europa, si no me
equivoco; algo así como un año. Volvió y con el respaldo del Ateneo inició la
nueva etapa por la que hoy
principalmente lo recordamos.
Como crítico y hombre de la cultura,
¿qué importancia tuvo para ti el Festival Internacional de Teatro de Caracas
(FITC), creado por la entrañable y talentosa María Teresa Castillo y Carlos
Giménez?
El
FITC puso a Venezuela en el mapa internacional del teatro. Por esa época
también eclosiona el Ballet Internacional de Caracas, con Zhandra Rodríguez
como estrella y dirección de Nebrada, que tuvo la misma función: puso a
Venezuela en el mapa del ballet mundial. Gracias a ellos las personas
cultivadas dejaron de vernos como el país del petróleo a borbotones y de las
chicas bellas. Cada festival era una fiesta colectiva; promocionó al teatro en
general y captó público para el espectáculo; mostró creaciones de vanguardia
norteamericanas y europeas, teatros exóticos o inspirados en culturas remotas y
el trabajo de otros países latinoamericanos;
muy probablemente esta exhibición a gran escala impregnó de alguna forma
a los artistas del patio, y desde luego, enriqueció intelectualmente a la
minoría motivada por el asunto. No obstante, hasta donde alcanza mi
observación, una vez acabado el magnífico relampagueo, pasados los asombros y
serenada la emoción, todo volvía a ser como antes; quiero decir, no sentía la
influencia del FITC en la dinámica del teatro venezolano. No sé; a lo mejor
estoy equivocado, pero es mi impresión. El Festival fue sustentando económica y
logísticamente por el gobierno;
conjugaba con la idea de Carlos Andrés Pérez de darle forma a la "Gran
Venezuela" y de proyectar esta imagen al mundo. Yo disfruté de mis festivales; los respaldé creando opinión e impulsando la polémica con
mis críticas y comentarios en radio y
TV, pero nunca estuve del todo ganado
para la idea; mi punto de vista era el propio del programador, según el cual
debían establecerse prioridades en función de la distribución de los recursos
escasos, y esas prioridades, reveladas por la simple apreciación de la
realidad, eran escuelas básicas de arte dramático, talleres avanzados,
formación de técnicos y otros especialistas, respaldo en varios sentidos a
los grupos nacionales, construcción y
restauración de salas, etc. El Festival debía ser un resultado a mediano plazo
de ese proceso laborioso y discreto de formación de estructura, no el
principio.
En una conversación discutimos el tema del Festival; yo
le expongo mi punto de vista; Carlos desmonta mi sensato aunque platónico
razonamiento con el siguiente argumento realístico que, por cínico, hubiera complacido a Diógenes: "Rubén,
estoy absolutamente de acuerdo contigo, pero... ¿tú de verdad crees que de no
realizarse el Festival Internacional el gobierno va a destinar los recursos a
esas prioridades? ¡Se los van a robar igual! Escuelas, restauración de salas...
no son políticamente rentables, en cambio el Festival da imagen y proyección
internacional, y ¡eso se traduce en votos!" Y el Festival Internacional
fue, y siguió hasta caer el país en manos del cártel del presente. Y nadie le
podrá quitar a CAP el papel histórico de haber sido su mecenas; así como de otros tantos logros en lo
cultural-artístico logrados durante sus gobiernos, ocurridos, por cierto, en un
contexto de respeto a la libertad de pensamiento; lamentablemente también maculados
por la corrupción; la cual, a decir verdad, fue
un menudo comparada con la actual.
Aunque
en lo que acabas de decir parece estar implícita la respuesta a esta pregunta,
igual te la voy a hacer, ¿tú crees que el FITC le aportó artísticamente algo a
los grupos de teatro o sólo le quitó recursos económicos?
En
el campo de las probabilidades no hay por qué dudar del impacto de la visión en
conjunto de ese panorama del teatro mundial que era cada festival en la mente
de los realizadores; pero en el movimiento teatral venezolano, no lo observé,
como te dije. No creo que le haya quitado recursos económicos a los grupos
nacionales; en esa época se implantó un programa de subsidios culturales, en
buena medida gracias a gestiones de Carlos y muy probablemente como efecto del FITC.
¿Crees
que el FITC creó un público más exigente y por ende un teatro de más calidad en
Venezuela?
Quizá una minoría del público, la élite cultural de
siempre, se volvió más exigente; ahora bien, no encuentro correlación entre
este fenómeno y "un teatro de más
calidad".
¿Cuáles fueron para ti los aportes más
importantes de Carlos como gerente cultural?
Lo
más común es citar como sus aportes de mayor peso al FITC, por ser lo más
ostentoso, y la creación del grupo Rajatabla, por su original estética y su
influencia en entorno, pasando por alto
otros logros debidos a su gestión: el Instituto
Universitario de Caracas, el Taller Nacional de
Teatro, el Centro
de Directores para el Nuevo Teatro y del Teatro
Nacional Juvenil de Venezuela, con varias
sedes en el interior de Venezuela. También jugó un papel en la implantación del
mencionado antes programa de subsidios a grupos culturales; no funcionó del
todo bien por negligencia de quienes fueron responsables de administrarlo y una
que otra pillería entre los beneficiados. El gobierno actual lo suspendió de un
solo zarpazo.
De esos
aportes, ¿cuáles lamentas más que se hayan perdido con su muerte?
En realidad, no es "con su muerte", porque muy poco podría
hacer Carlos, de estar vivo, en medio de la desintegración nacional; diría que entre
las cosas institucionalizadas gracias a su gestión, lo más lamentable es la
suspensión de los subsidios; en ninguna parte del mundo la cultura artística
prospera sin el respaldo del Estado o de
la empresa privada. La última entidad nunca ha estado muy comprometida con el
asunto, y ahora, menos, cuando está en vías de dejar de existir. La eliminación del sistema de subsidios fue
uno de los tantos recursos de represión de la libertad de pensamiento; sólo
reciben respaldo del Estado los proyectos aprobados por el gobierno; vale
decir, la cultura obligada a discurrir en una sola dirección. ¿Alguna
diferencia con las políticas de todos países sometidos al totalitarismo?
Ninguna. ¿Qué
es lo que más valoras de su trabajo y de su persona?
De
su trabajo artístico, la creatividad; del gerencial, el liderazgo puesto en
función del beneficio de la colectividad; de su persona, el talento y la
sensibilidad social.
¿Qué
significó para ti la muerte de Carlos?
Una pena muy honda.
¿Y
para la cultura venezolana?
La quiebra de uno sus pilares.
Si
Carlos pudiera escucharte, ¿qué le dirías?
Lo hiciste bien, amigo mío, ¡muy bien!
¿Quiere
contarme alguna anécdota que hayas vivido con él? Pueden ser más de una…
Ya
te he contado varias; con todo, he aquí otras dos; una refleja vivamente la
característica de su personalidad antes destacada; la otra se relaciona con él tangencialmente.
Nos
encontramos en Tbilisi, capital de Georgia (antigua URSS), en la frontera entre
Asia y Europa. Rajatabla presentará Bolívar
en un festival. Anochece; varios conversamos en torno al fuego en la recepción
del hotel. De pronto aparece un grupo de personas; evidentemente están muertas
de frío, hambrientas y exhaustas; es una compañía teatral que llega de alguna
parte del mundo a participar en el evento; les han asignado ese hotel, pero por
error en la logística el establecimiento está repleto, de modo que el gerente
rehúsa admitirlos con una actitud no precisamente amable ni compasiva. Todos
lamentamos la situación y abogamos por los recién llegados, sin lograr cambiar
la decisión del individuo. Súbitamente explota Carlos: valiéndose del intérprete
forma lo que en buen castellano de Venezuela llamamos un soberbio peo a grito herido; no se modera en cuanto a calificativos denigratorios del
gerente, se vale de todos los argumentos imaginables en la situación y termina
diciendo que los del grupo no se moverán del hotel; que el gerente busque la
forma de solucionar, porque ellos definitivamente "no se van". En
medio de la agitación, resulta un tanto cómico el contraste entre la exaltación
de Carlos y la conducta del traductor, que con serenidad profesional repite en
ruso −supongo yo− sus improperios. Intimidado por el basilisco austral, o
conmovido por sus alegatos, el hombre cede; se improvisa un espacio para su
pernocta; aparecen camas de campaña, colchones y cobijas.
Perdona
que te interrumpa, pero ¿qué dijo la compañía cuando Carlos les consigue
alojamiento?
Lo
normal en esos casos: asombro por la inesperada defensa de sus derechos y
manifestaciones de agradecimiento. No creo que Carlos esperara mucho más
que eso. En lo personal, yo observaba el
acontecimiento con el interés propio del
científico, del psicólogo social, por cuanto era un soberbio caso de desempeño
del liderazgo.
Otra
de las anécdotas ocurre en Caracas, en el estreno de una de las obras sobre el
poder, no recuerdo cuál. Están presentes Carlos Andrés Pérez y otras
personalidades del alto gobierno; yo, ubicado en un lugar desde donde veo al Presidente. En el discurrir de la
representación inevitablemente mi atención visual se desplaza del escenario a
la cara del mandatario; en el escenario se exhiben variadas formas de la
corrupción propia de los políticos, entre otros crímenes; algunos de esos aconteceres parecen tomados
de la realidad del momento; de hecho, toda la obra parece ser una metáfora de
la esa realidad. El rostro del
Presidente, impávido: sin darse por aludido. Cae el telón y aplaude
vigorosamente, y, además, felicita al director.
¡Ja
ja ja! Carlos Andrés, nos guste o no, era todo un personaje también.
En
efecto; a mí no gustaba, y por ahí está el testimonio de mis artículos críticos
a su mandato; hoy, en el estado deplorable de nuestro país, lo añoro. El hecho
es que reflexiono: extraña interacción de personajes; el uno, cínico como un
bloque de granito; el otro, jugando peligrosamente con el poder, caminando en
el filo de la navaja, como suele decirse; porque si bien se aprovecha del
mencionado rasgo de la personalidad de su protector para restregarle cuatro
verdades en sus narices, no menos cierto que con un sólo gesto este puede
mandarlo muy largo al carajo. Carlos Andrés Pérez era una persona inteligente; él entendía,
obviamente, el mensaje subtextual de la obra, pero lo cierto es que también
respetaba la libertad de expresión. Titila en mi mente una frase de Giménez a
veces citada como definición de su actitud: “No nos hemos bajado los pantalones ante ningún Gobierno, y si es necesario, nos cagamos en el ministro de turno”.
(En declaraciones al periódico español El País.)
Esa declaración de Carlos me encanta y creo que lo define muy
bien. Muchísimas gracias, Rubén, por compartir tus recuerdos y rescatar parte
del legado de Carlos como artista, gerente y ser humano. Me he divertido, y he
aprendido mucho contigo.
San Francisco, 9 de mayo de 2015
Rubén Monasterios. Marino mercante en su juventud: profesor titular universitario,
crítico de teatro, danza y ballet y columnista de opinión de periódicos y
revistas de Caracas. Ha publicado una treintena de libros; su obra incluye
narrativa erótica, ensayo, teatro, humorismo, etc. Durante veinte años mantuvo
en el aire su programa radial Rubén
y sus corazones solitarios sobre
temas culturales.
Donde leerlo: Rubén
Monasterios, en PRODAVINCI.