Se editaron cuatro números bimestrales, gratuitos, que yo escribía a máquina de contrabando en el trabajo y en la Escuela Nacional de Periodismo donde estudiaba, porque no tenía máquina de escribir en mi casa.
Publicaba, únicamente guiada por mi placer, poemas, artìculos y dibujos de jóvenes artistas de la ciudad y del país. Y textos de autores que me gustaban, que sacaba de revistas y libros: Pablo Neruda, Joan Baez, Oriana Fallaci, Martin Luther King, Bernardo Verbitsky, Joni Mitchell, José María Arguedas,Robert Frost, E.E. Cummings, Melina Mercouri, Lu Yeu...
Todo era muy artesanal y de la misma forma se distribuía: gratuitamente en librerías y entre la gente amiga. Se imprimía en offset y todos los meses yo ahorraba de mi sueldo de empleada pùblica para pagar su impresión. El contenido total de la revista era de mi absoluta responsabilidad. Era una editora que escuchaba a todo el mundo pero que terminaba publicando sólo lo que me interesaba.
Machu Picchu circuló libremente de febrero a septiembre de 1978, hasta que la dictadura fue a mi casa despuès de la publicación del cuarto número. Meses más tarde comenzó mi exilio en Venezuela.
Lo que molestó a la dictadura, presuntamente, fue la siguiente frase escrita por mí y publicada en el número 4, cuando Argentina se preparaba para ir a la guerra con Chile:
“Vivamos en el Amor y la Paz:
Después de esa frase Machu Picchu dejó de existir y la vida de sus principales colaboradoras siguió su rumbo:
La poeta que aquí aparece con el nombre de Beatriz Mónica López Osornio es en la actualidad Beatriz Iriart. Continúa escribiendo, publicó libros de poesía y recibió varios premios.
La dibujante de las portadas y artículos internos, Claudia Patricia López Osornio, se convirtió en artista plástica, escenógrafa e iluminadora de teatro.
Yo, Viviana M. López Osornio, hace más tres décadas que me llamo Viviana Marcela Iriart y me dediqué a la escritura, el teatro y el periodismo. En 1979 tuve el inmenso honor de entrevistar a Julio Cortázar en Caracas, ciudad donde viví durante 30 años.
Estos números que aquí se publican sobrevivieron milagrosamente a la dictadura.
©Viviana Marcela Iriart
13 de enero de 2012
P.D.: Cuando edité Machu Picchu y publiqué en cada número un fragmento del poema Canto General de Pablo Neruda yo no sabía, porque no había leído el libro, que el Premio Nobel de Literatura había violado sexualmente a una mujer y lo contaba sin arrepentimiento en su autobiografía Confieso que he vivido.
Ahora leí el libro y lo sé. Estoy indignada. Asqueada. Desilusionada.
Quisiera borrar sus versos de mi revista pero no puedo.
Lo único que puedo hacer es publicar su confesión (que está después de la revista).
Parafraseando a Oriana Fallaci: pobre Nobel, pobre Literatura, pobre humanidad.
27 de octubre de 2017
Machu-Picchu número 1, febrero 1978
Textos de:
Joan Baez, Bernardo Verbitsky, Pablo Neruda,
Martin Luther King, Joni Mitchell, Beatriz Iriart
Cuento chino anónimo
Canción colombiana antiesclavista siglo XVII
Machu-Picchu número 3, junio 1978
Textos de:
Oriana Fallaci, Pablo Neruda, José María Arguedas,
Robert Frost, E.E. Cummings, Melina Mercouri,
D.Cooper, Alejandro Cántaro, Manuel Fernández Vaca,
Traducción: Daniel Guillermo de la Rosa
Machu-Picchu número 4, septiembre 1978
Textos de:
Lu Yeu, Joan Baez, Pablo Neruda, José María Arguedas
Enrique Bossero, Cintia Laura Abramsonas, Carlos Pacheco,
Carlos Barbarito, Daniel Serra, Olga Martínez Acosta,
Guillermo Pilía, José Abdelnur
Alejandra Monsalvo, Yuyo
Textos sin firma: viviana marcela iriart
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Confieso que he violado....“Confieso que he vivido”, Pablo Neruda, Ed. Seix Barral, 2017
“Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible”
“Mi solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa.
Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo.
El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su contenido. Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba.
Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes. Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa. Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado. Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.
Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.”
Confieso que he vivido (pág. 103)
Ed. Seix Barral
Fuente: Libros Maravillosos