"la Venezuela impresionante y magnífica, le debe a este grupo algo vital: una contribución clara, muy clara, a la creación de signos de identidad. No es tan importante la calidad de este espectáculo como su filiación, tan venezolana: es rico, es sólido, es imaginativo, es noble, es viril, es apasionado, es doliente, es crítico y está lleno de esperanza. Es muy, muy venezolano."
Durante
años, y salvo escasísimas excepciones, he tenido que entender por «teatro
latinoamericano » o un teatro de mímesis europea que venía del cono sur o un
teatro radical. guerrillero, pobre, voluntarioso y muy mal expresado. Y ahora
eso se acabó. Rajatabla ha liquidado con este solo montaje de El señor presidente tanta bien intencionada torpeza y tanta mala copia
habitual. Lo digo porque Venezuela, la Venezuela impresionante y magnífica, le
debe a este grupo algo vital: una contribución clara, muy clara, a la creación
de signos de identidad. No es tan importante la calidad de este espectáculo
como su filiación, tan venezolana: es rico, es sólido, es imaginativo, es
noble, es viril, es apasionado, es doliente, es crítico y está lleno de
esperanza. Es muy, muy venezolano. Ya me gustaría que sirviese, además, de
modelo a los quehaceres dramáticos latinoamericanos, enseñándoles cómo se
universaliza la anécdota local y cómo se añade al dolorido escalofrío la base
técnica que lo transmite.
Carlos Giménez ha partido de la muy conocida novela de
Miguel Ángel Asturias, ilustre y grotesco cuadro ambiental de la endemia
patética de las tiranías. (Influido o no. Asturias queda lejos de la caricatura
impresionante de Tirano Banderas.) En una etapa intermedia un gran
escritor, Hugo Carrillo, ha sustituido la estructura narrativa por una forma
dramática contundente y circular. Y Rajatabla ha tomado estos materiales para
ilustrar y, a la vez comprometer a los espectadores rehuyendo el enorme peligro
del dictador abstracto y las víctimas sin rostro para alcanzar una especie de
forma épica, de balada del horror, organizada casi como un ballet. Lo que
Carlos Giménez ha montado es todo un penoso y dolido sistema solar de
personajes que parecen crecer, sufrir y ser destruidos para el mejor
entendimiento de la figura del señor presidente. Como esos trabajos de Matisse
con el contorno brutalmente remarcado por un trazo de negrura, todo el trabajo
de Rajatabla toma un aire como de sueño. El grupo tiene el valor de luchar
contra la vieja y muy discutible idea de que este cuidado estético encierra un
formalismo próximo al arte irracional. La respuesta de Carlos Giménez está en
la escalofriante vinculación que su análisis del Señor presidente guarda
con cierto mundo latinoamericano tristemente real. ¿Cómo negar el valor
objetivo de ese mundo? Carlos Giménez no lo niega. Lo que hace es reconocerlo
como un enorme factor problemático que impone carácter a la realidad, un
carácter obsesivo, de horror frío, de coral lúgubre, de sinfonía patética.
Es
el principio de los caricaturistas. Y de las pantomimas. Y del cine mudo.
Los
actores de Rajatabla son como esculturas en movimiento bajo los proyectores.
Esta renovación de la arquitectura escénica se corresponde perfectamente con
uno de los colores de la civilización venezolana. Sabemos -es la gran lección
de los teatros orientales- que toda expresión física perfecta se carga de
contenido emotivo. Como Rajatabla, además, da al texto un comportamiento sonoro
peculiar, el todo se carga de un cierto humor siniestro y el protagonista
parece doblarse y desdoblarse mágicamente. Ya se sabe el resultado de este
fenómeno: angustia. Angustia patológica. Otra nota del montaje.
En definitiva, una
gran noche de teatro por algo claro: el gran acierto de renovar una forma
expresiva sin caer ni en la belleza gratuita ni en la abstracción pretenciosa,
sino más bien buscando una variante hipertensa del realismo crítico que no
excluya la presencia de acentos poéticos. Y todo ello articulado de tal forma
que los elementos de la realidad queden organizados con disciplina teatral para
evitar que la simple tentación de la denuncia y el compromiso empobrezca la
visión de esa realidad y la prive de importantes datos sobre intensidad, sueño,
imaginación e incluso, naturalmente, emociones. Hay que ver El señor
presidente. Vayan, por favor. Es un espectáculo hermosísimo. Ilumina.
Informa. Y consuela. Las razones por las que se va al teatro desde hace miles
de años.
25 de octubre de 1978
El País, Madrid
Fuente: El País, Madrid
El señor presidente, de Miguel Ángel
Asturias.
Versión dramática: Hugo Carrillo.
Adaptación libre: Rajatabla.
Dirección: Carlos Giménez.
Vestuario y muñecos: Cosme Cortázar.
Principales intérpretes: Francia Orozco, Teresa
Selma, Francisco Alfaro, Carlos Canut, Cosme Cortázar, Roberto Moll, Juan
Manuel Montesinos.
En el Centro Cultural de la Villa de Madrid
Links
Carlos Giménez por Norma Aleandro, actriz y directora, nominada al Oscar, ganadora del Golden Globe y del Festival de Cannes: "Es imposible no sentir la ausencia de un ser semejante, que ha dejado una huella imborrable en la cultura de un país y del mundo", Buenos Aires, 29 de agosto de 2013