Ravi Shankar, Roland y Yehudi Menuhin, Caracas. ©Roland Streuli |
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Roland Streuli, el suizo más venezolano que tú puedas conocer, es fotógrafo, actor, interprete (es políglota); también fue bailarín, productor, director técnico de teatros y espectáculos, trotamundos.
Pero es con la fotografía de danza y teatro que Roland
se ha ganado un lugar imprescindible en el mundo del arte. Dos veces ha ganado
el Premio Mejor Fotógrafo Latinoamericano y ha sido premiado y
condecorado en varios países. Su archivo de 5 décadas guarda lo mejor de la
cultura no sólo venezolana, también mundial, porque gracias al Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC) creado por María Teresa Castillo y Carlos Giménez en
1973, tuvimos el privilegio de ver lo mejor de la cultura nacional y mundial de
5 continentes.
Y allí estuvo Roland, cámara en mano, registrando para
la eternidad la efimeridad del arte.
Y sus fotos, como él, han recorrido el mundo. Publicadas
en diarios, revistas, libros. Algunas forman parte de importantes museos del
mundo, entre ellos el prestigioso Museo Ibsen de Noruega, que ha incluido sus
fotos en varios libros publicados sobre el teatro noruego.
Ha publicado varios libros sobre la danza y el teatro
en Venezuela. El primero en 1980, realizado junto con la fotógrafa Marta
Mikulan, es un tesoro invaluable: 100 años del Teatro Municipal de
Caracas.
Entre sus muchos libros sobre danza destaca La Danza en Venezuela, cuyas
fotografías impactaron tanto al prestigioso editor Ernesto Armitano que se
volvió patrocinador y editor del mismo y lo publicó en su editorial Armitano Editor, una de las más prestigiosas del mundo.
Y en 2023 sus fotografías de teatro fueron elegidas
para ser parte de un capítulo del libro María Teresa Castillo-Carlos Giménez-Festival
Internacional de Teatro 1973-1992, que hicimos junto con Rolando Peña, José Pulido,
Karla Gómez y Carmen Carmona. Y también forman parte de la biografía Carlos Giménez el
Genio Irreverente,
de mi autoría, publicado el mismo año.
Roland es tan generoso que, sabiendo que hacíamos todo
sin dinero, nos regaló esas fotos.
La generosidad de Roland va acompañada de un ego muy
bien puesto, en un medio donde los egos enfermos son mayoría, y de una simpatía
y una ternura que lo hacen absolutamente querible e inolvidable.
Nuestra amistad tiene más de 40 años y es particular. Nunca nos tomamos un café. Nunca
fui a su casa ni él a la mía. Nos encontrábamos en las calles, en los estrenos
de teatro, en los festivales, en el
Ateneo, en Rajatabla. Después, cuando el Sida nos arrebató de un zarpazo
a la mayoría de nuestros amigos, en los velorios.
Él y yo somos al mismo tiempo testigos y
sobrevivientes de un tiempo maravilloso y trágico. Y quizá por eso nos
queremos, nos apoyamos y nos cuidamos tanto.
Y a mí me causa mucha alegría y orgullo que mi primera
obra de teatro estrenada en Caracas, Puerta Abierta al Mar, haya sido
fotografiada por él. Y sacó tantas fotos impresionantemente maravillosas que
hice un foto-video, para
que todo el mundo pueda deleitarse con las imágenes que sus ojos de ángel
supieron captar.
Pero la mayoría
de sus fotos permanecen inéditas. Y ese archivo de 5 décadas no puede perderse
porque es la memoria del arte escénico mundial y, especialmente, venezolano. Lo
único que nos queda. Por eso hago un
llamado a las universidades, museos, fundaciones, a las y los mecenas, para que lo
compren, lo preserven y lo exhiban.
Y así, cuando esta humanidad haya desaparecido, dentro
de millones de años alguien de la nueva humanidad encontrará su archivo y
descubrirá, con asombro, que además de guerras fuimos capaces de crear arte.
INFANCIA
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Yo nací el 2 de
marzo de 1953 en Lausanne, Suiza, y era pura bola: grandote, sin pelos, ojos
azules, era como una canica. Y enseguida a los 2 años y medio o tres años, mi
padre me llevó a la parte alemana de Suiza, en los Alpes, y me dejó con una
hermana de él. Mi papá y su hermana
pasaron su infancia juntos en un orfanato. Mi tía no podía tener familia y
entonces mi papá me dejó con ella.
Mi papá se divorció de mi madre y yo me quedé con él y
con mi medio hermano, que era hijo de mi madre pero no de mi padre, pero el
tribunal se lo quitó a mi madre por coño e ‘madre, imaginate cómo era que el
tribunal le quitara a su primer hijo y se lo diera a mi padre aunque no era su
padre biológico. Yo no juzgo, pero si el tribunal hizo eso, algo pasó. Ella
siempre será mi madre pero nunca la
sentí como tal, aunque con los años yo traté de tener relación con ella y darle
todo mi amor, pero no funcionó.
Mi padre acudió a los tribunales cuando un día, al
volver del trabajo, encontró a mi medio hermano con el brazo roto, se lo había quebrado
al caerse, él llorando, yo llorando, y mi madre de fiesta. Eso fue el fin para
mi padre. Mi madre ya había sido violenta otras veces y también había abortado a un hijo de mi
padre, Roland I, y después nací yo, Roland II.
Así que me quedé con mi tía y hasta los 7 años estuve
en el kindergarten.
Después mi padre se volvió a casar y yo estaba feliz
en mi montaña, llevando una vida como la de Heidi, la niña del cuento que vive
en los Alpes, con mis perritos, mis cabritas, dormía encima de una cobija, con
un poco de trigo y heno encima de ella para que no me picara, y con los ratoncitos andando por las
paredes del chalet, bueno, yo digo chalet pero no era propiamente un chalet,
era una casa que a mí me parecía hermosa y puedo decirte que tuve una infancia
maravillosa. Aunque al principio fue difícil. Primero voy a explicar, para
quien no lo sabe, que en Suiza se hablan tres idiomas, cada uno en su región:
suizo-francesa, suizo-alemana e suiza-italiana. Y yo había nacido y vivido en
la región suizo- francesa, así que hablaba francés. Y mi tía vivía en la zona
suiza-alemana. Fue difícil al principio, te decía, primero porque tuve que
aprender rápidamente a hablar alemán, porque ni mi tía ni nadie me entendía ni
yo entendía a nadie. Y segundo porque yo no conocía a mi tía hasta el momento
que mi papá me dejó con ella, así que para mí era una desconocida. Y además de
un solo golpe perdí a mi padre y a mi madre. Así que yo me preguntaba qué era
lo malo que había hecho yo para que mi madre y mi padre me hubieran abandonado.
Eso todavía me duele pero lo superé. Hay muchas historias de esa época. Cuando
mi madre abortó a Roland I mi padre no tenía la plata para hacerse cargo de los
trámites del entierro, entonces los médicos le dijeron que donara el feto al Departamento
de Ciencias y eso fue lo que hizo mi papá. Y con el tiempo y haciendo mucha
investigación descubrí que mi hermanito Roland I estaba en exhibición metido en
un frasco de formol en el Museo de
Ciencias Naturales de Lausanne en Suiza. Pero hace 4 o 5 años volví al
Museo y mi hermano ya no estaba allí. Era muy duro para mí verlo en el frasco,
siempre lloraba porque era mi hermanito, pues. Nunca lo conocí, obviamente,
pero no sé, es como que la sangre llama a la sangre y su pérdida significó para
mí un gran dolor.
A pesar de todas estas cosas, como no era un muchacho
malo, seguí adelante con mi vida, aunque todavía estoy medio traumatizado.
INICIOS FOTOGRÁFICOS
Tú me preguntas cómo elegí la fotografía y en realidad
fue ella la que me eligió a mí, porque yo nunca pensé en llegar a ser
fotógrafo. De chiquito lo mío era más bien viajar, es más, yo quería ser chofer
de camión para poder viajar. Me encantaba viajar, ir de un país a otro,
conociendo otras culturas y empecé a viajar a los 12 o 13 años, yendo a
conciertos a París y a otras ciudades, porque como no tenía familia que se
preocupara por mí, porque mi padre se había casado con otra mala mujer, yo hacía lo que quería.
Esa mujer era tan mala que con el cucharón con el que
servía la sopa me daba golpes en la cabeza, hasta que un día lo doblé y lo tiré
por la ventana, pero la muy malvada fue a la cajita donde yo guardaba mis
ahorros, me los quitó y se compró un cucharón nuevo.
Durante el invierno teníamos clases en la nieve y
además de darnos lecciones, nos enseñaban a esquiar y otros deportes de
invierno. Y durante esas clases yo tomaba alguna que otra fotografía con una
Kodak Instamatic y con una Kodak Poket. Y mandé a revelar los rollos en la
ciudad y cuando fui a buscarlas la señora del negocio me dijo: “¡Ah, pero qué
bonitas esas fotos! ¿Quién las sacó?” Le respondí que había sido yo. Y ella:
“Pero qué bien, tienes muy buen gusto, tendrías que dedicarte un poco más a
profundizar el tema”. Y yo pensé que seguro la señora le decía lo mismo a todo
el mundo para que siguieran comprando rollos y revelándolos ahí. Así que no
seguí su consejo. Pero siempre recordé lo que me dijo y esa fue la manera en
que yo empecé con la fotografía. Y seguí sacando fotos y revelándolas en el
mismo lugar y la señora: “¡Muy bien! ¡Cada día sacas mejores fotos!”.
Así seguí hasta que llegué a la edad madura y empecé a
estudiar cine y fotografía. Fotografía en la Escuela de Fotografía Vevey y cine
con Fredy Buache en Lausanne. Y me fue
bien. Y después trabajé en Arte y me metí a estudiar el examen de admisión para
entrar en Bellas Artes: pintaba, hacía logos, afiches, hacía un poco de todo.
Pasé el examen pero como yo era un año menor que los demás no me permitieron
ingresar y me dijeron que regresara al año siguiente, cosa que me pareció
totalmente estúpida e injusta porque si yo había aprobado el examen porqué
diablos no me dejaban estudiar. Así que me enojé y me fui a estudiar Arte y
Tipografía. Estuve allí hasta que se realizaron los Juegos de Lausanne e hice
un afiche muy bueno para la Copa Marlboro que se iba a entregar en un concierto de música. Pero me dijeron que
el diseño era muy vanguardista, muy moderno, y no lo aceptaron. Me molestó pero
lo acepté y seguí ahí. Y ¿qué veo 4 meses después de eso? Que el afiche que yo
había diseñado se había ganado un premio y estaba en todos los carteles de la
ciudad pero… ¡sin mi nombre! ¿Qué tal? Así de mala era la vida. Fue otro golpe
más, y de golpe en golpe fue mi vida, hasta que aprendí a defenderme.
Así que, a partir de esa experiencia, me dediqué más a
la fotografía, como autodidacta, porque había que pagar mucho en la escuela
entonces me retiré y me dediqué más al cine.
Después de recorrer bastante mundo llegué a Venezuela.
Y la primera obra de teatro que fotografié aquí se llamaba “Lecho Nupcial” con
Flor Núñez, que en aquella época era mi secretaria en el Teatro Cadafe, donde
yo era el Director Técnico. Ella y yo estudiábamos juntos teatro con Fausto Verdial y con Cabrujas. Esta obra era con el profesor
Magariños, que por cierto se murió en mis brazos y dejó todos sus libros,
discos, etc., a la fundación Cadafe, fundación que desapareció como por arte
de magia.
En el Teatro Cadafe, que era de la actriz América
Alonso y su marido Daniel Farías, tuve la dicha de conocer a muchísimos
talentosos artistas nacionales e internacionales, porque el teatro formaba
parte del circuito del Festival
Internacional de Teatro de Caracas (FITC), como el director teatral y fundador del Festival, Carlos Giménez, y la
bailarina Zhandra Rodríguez, y cuando la conocí a ella me enamoré de la danza.
Zhandra me contrató y empecé a viajar con ella y su compañía por todo el mundo:
fuimos a Japón, Alaska, Nueva York, Alemania, Suiza, España, Italia, China,
Canadá… me gustó mucho.
Me preguntas si fue fácil o difícil el camino de la
fotografía. Bueno, te diré que hubo altibajos. Porque yo tomaba las fotografías
para mí, no trabajaba para ningún medio,
y no sabía si era bueno o malo. Uno siempre piensa que es bueno en lo
que hace pero de ahí a que sea cierto… Hasta que un día llegó el Ballet de Roland Petit, que era el Ballet Nacional de Marsella, con la
bailarina principal que era Dominique Khalfouni y también estaba el genio
Patrick Dupond, un bailarín muy famoso que después llegó a ser el director de
la Opera de París y su bailarín principal y cuando ellos vieron mis fotos se
enamoraron de ellas y me dijeron:
-
-Pero
Roland, tú tienes que hacer un libro con todo ese material, ¡esas fotos son muy
buenas!
- Eso me animó mucho y fui a mostrarle mis fotografías a Armitano Editores. Me atendió Armitano y le encantó mi trabajo. Entonces yo le dije que iba a buscar un patrocinador para publicar un libro y él me dijo:
- Roland, no busques a nadie, me
encanta tu trabajo y lo patrocino yo. Después arreglamos el tema del dinero.
Yo por supuesto quedé asombrado y contentísimo y le
dije que sí, imaginate, ¡era una de las mejores editoriales del mundo! Y así
fue que en 1989 salió publicado mi libro
La Danza en Venezuela, que todavía puede comprarse en Amazon.
Vivir de la fotografía al principio no fue fácil, pero
igual lo hacía. Yo me podría haber hecho millonario haciendo fotos de
matrimonios, bautizos, fiestas, etc., etc., pero a mí, por loco o por creativo,
me gustaba fotografiar arte. Y aunque ganaba poco eso me hizo feliz toda mi
vida, que es lo más importante creo yo. No me importa no ser millonario y ser
un pela bolas porque hay fotografías mías en importantes museos de todo el
mundo, como por ejemplo Estados Unidos, Bélgica, Brasil, en el Museo Ibsen de Noruega.
La compañía petrolera de Noruega fue la encargada de comprar todas las fotos
que yo tomé de todas las compañías noruegas que vinieron el FITC y allí están,
formando parte de varios libros, cosa que me llena de orgullo. Y también hay
fotos mías en el libro que recoge 20 años de festivales internacionales en Caracas y en la biografía de Carlos Giménez que tú escribiste.
Y eso es para mí lo importante, dejar una marca, una
huella que es imborrable porque los libros siempre se quedan, igual que una
buena película, una buena canción.
Canciones nunca escribí pero sí actué en 10
largometrajes, inclusive aquí en Venezuela, y en obras de teatro. No estudié
actuación pero algo se me tenía que pegar con todas las obras que yo monté,
como productor y director técnico, y al
fotografiar tantos espectáculos hermosos.
Conversaciones con Viviana Marcela Iriart
Mayo-junio 2024