Ravi Shankar, Roland y Yehudi Menuhin, Caracas. ©Roland Streuli |
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Roland Streuli, el suizo más venezolano que tú puedas conocer, es fotógrafo, actor, interprete (es políglota); también fue bailarín, productor, director técnico de teatros y espectáculos, trotamundos.
Pero es con la fotografía de danza y teatro que Roland
se ha ganado un lugar imprescindible en el mundo del arte. Dos veces ha ganado
el Premio Mejor Fotógrafo Latinoamericano y ha sido premiado y
condecorado en varios países. Su archivo de 5 décadas guarda lo mejor de la
cultura no sólo venezolana, también mundial, porque gracias al Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC) creado por María Teresa Castillo y Carlos Giménez en
1973, tuvimos el privilegio de ver lo mejor de la cultura nacional y mundial de
5 continentes.
Y allí estuvo Roland, cámara en mano, registrando para
la eternidad la efimeridad del arte.
Y sus fotos, como él, han recorrido el mundo. Publicadas
en diarios, revistas, libros. Algunas forman parte de importantes museos del
mundo, entre ellos el prestigioso Museo Ibsen de Noruega, que ha incluido sus
fotos en varios libros publicados sobre el teatro noruego.
Ha publicado varios libros sobre la danza y el teatro
en Venezuela. El primero en 1980, realizado junto con la fotógrafa Marta
Mikulan, es un tesoro invaluable: 100 años del Teatro Municipal de
Caracas.
Entre sus muchos libros sobre danza destaca La Danza en Venezuela, cuyas
fotografías impactaron tanto al prestigioso editor Ernesto Armitano que se
volvió patrocinador y editor del mismo y lo publicó en su editorial Armitano Editor, una de las más prestigiosas del mundo.
Y en 2023 sus fotografías de teatro fueron elegidas
para ser parte de un capítulo del libro María Teresa Castillo-Carlos Giménez-Festival
Internacional de Teatro 1973-1992, que hicimos junto con Rolando Peña, José Pulido,
Karla Gómez y Carmen Carmona. Y también forman parte de la biografía Carlos Giménez el
Genio Irreverente,
de mi autoría, publicado el mismo año.
Roland es tan generoso que, sabiendo que hacíamos todo
sin dinero, nos regaló esas fotos.
La generosidad de Roland va acompañada de un ego muy
bien puesto, en un medio donde los egos enfermos son mayoría, y de una simpatía
y una ternura que lo hacen absolutamente querible e inolvidable.
Nuestra amistad tiene más de 40 años y es particular. Nunca nos tomamos un café. Nunca
fui a su casa ni él a la mía. Nos encontrábamos en las calles, en los estrenos
de teatro, en los festivales, en el
Ateneo, en Rajatabla. Después, cuando el Sida nos arrebató de un zarpazo
a la mayoría de nuestros amigos, en los velorios.
Él y yo somos al mismo tiempo testigos y
sobrevivientes de un tiempo maravilloso y trágico. Y quizá por eso nos
queremos, nos apoyamos y nos cuidamos tanto.
Y a mí me causa mucha alegría y orgullo que mi primera
obra de teatro estrenada en Caracas, Puerta Abierta al Mar, haya sido
fotografiada por él. Y sacó tantas fotos impresionantemente maravillosas que
hice un foto-video, para
que todo el mundo pueda deleitarse con las imágenes que sus ojos de ángel
supieron captar.
Pero la mayoría
de sus fotos permanecen inéditas. Y ese archivo de 5 décadas no puede perderse
porque es la memoria del arte escénico mundial y, especialmente, venezolano. Lo
único que nos queda. Por eso hago un
llamado a las universidades, museos, fundaciones, a las y los mecenas, para que lo
compren, lo preserven y lo exhiban.
Y así, cuando esta humanidad haya desaparecido, dentro
de millones de años alguien de la nueva humanidad encontrará su archivo y
descubrirá, con asombro, que además de guerras fuimos capaces de crear arte.
INFANCIA
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Yo nací el 2 de
marzo de 1953 en Lausanne, Suiza, y era pura bola: grandote, sin pelos, ojos
azules, era como una canica. Y enseguida a los 2 años y medio o tres años, mi
padre me llevó a la parte alemana de Suiza, en los Alpes, y me dejó con una
hermana de él. Mi papá y su hermana
pasaron su infancia juntos en un orfanato. Mi tía no podía tener familia y
entonces mi papá me dejó con ella.
Mi papá se divorció de mi madre y yo me quedé con él y
con mi medio hermano, que era hijo de mi madre pero no de mi padre, pero el
tribunal se lo quitó a mi madre por coño e ‘madre, imaginate cómo era que el
tribunal le quitara a su primer hijo y se lo diera a mi padre aunque no era su
padre biológico. Yo no juzgo, pero si el tribunal hizo eso, algo pasó. Ella
siempre será mi madre pero nunca la
sentí como tal, aunque con los años yo traté de tener relación con ella y darle
todo mi amor, pero no funcionó.
Mi padre acudió a los tribunales cuando un día, al
volver del trabajo, encontró a mi medio hermano con el brazo roto, se lo había quebrado
al caerse, él llorando, yo llorando, y mi madre de fiesta. Eso fue el fin para
mi padre. Mi madre ya había sido violenta otras veces y también había abortado a un hijo de mi
padre, Roland I, y después nací yo, Roland II.
Así que me quedé con mi tía y hasta los 7 años estuve
en el kindergarten.
Después mi padre se volvió a casar y yo estaba feliz
en mi montaña, llevando una vida como la de Heidi, la niña del cuento que vive
en los Alpes, con mis perritos, mis cabritas, dormía encima de una cobija, con
un poco de trigo y heno encima de ella para que no me picara, y con los ratoncitos andando por las
paredes del chalet, bueno, yo digo chalet pero no era propiamente un chalet,
era una casa que a mí me parecía hermosa y puedo decirte que tuve una infancia
maravillosa. Aunque al principio fue difícil. Primero voy a explicar, para
quien no lo sabe, que en Suiza se hablan tres idiomas, cada uno en su región:
suizo-francesa, suizo-alemana e suiza-italiana. Y yo había nacido y vivido en
la región suizo- francesa, así que hablaba francés. Y mi tía vivía en la zona
suiza-alemana. Fue difícil al principio, te decía, primero porque tuve que
aprender rápidamente a hablar alemán, porque ni mi tía ni nadie me entendía ni
yo entendía a nadie. Y segundo porque yo no conocía a mi tía hasta el momento
que mi papá me dejó con ella, así que para mí era una desconocida. Y además de
un solo golpe perdí a mi padre y a mi madre. Así que yo me preguntaba qué era
lo malo que había hecho yo para que mi madre y mi padre me hubieran abandonado.
Eso todavía me duele pero lo superé. Hay muchas historias de esa época. Cuando
mi madre abortó a Roland I mi padre no tenía la plata para hacerse cargo de los
trámites del entierro, entonces los médicos le dijeron que donara el feto al Departamento
de Ciencias y eso fue lo que hizo mi papá. Y con el tiempo y haciendo mucha
investigación descubrí que mi hermanito Roland I estaba en exhibición metido en
un frasco de formol en el Museo de
Ciencias Naturales de Lausanne en Suiza. Pero hace 4 o 5 años volví al
Museo y mi hermano ya no estaba allí. Era muy duro para mí verlo en el frasco,
siempre lloraba porque era mi hermanito, pues. Nunca lo conocí, obviamente,
pero no sé, es como que la sangre llama a la sangre y su pérdida significó para
mí un gran dolor.
A pesar de todas estas cosas, como no era un muchacho
malo, seguí adelante con mi vida, aunque todavía estoy medio traumatizado.
INICIOS FOTOGRÁFICOS
Tú me preguntas cómo elegí la fotografía y en realidad
fue ella la que me eligió a mí, porque yo nunca pensé en llegar a ser
fotógrafo. De chiquito lo mío era más bien viajar, es más, yo quería ser chofer
de camión para poder viajar. Me encantaba viajar, ir de un país a otro,
conociendo otras culturas y empecé a viajar a los 12 o 13 años, yendo a
conciertos a París y a otras ciudades, porque como no tenía familia que se
preocupara por mí, porque mi padre se había casado con otra mala mujer, yo hacía lo que quería.
Esa mujer era tan mala que con el cucharón con el que
servía la sopa me daba golpes en la cabeza, hasta que un día lo doblé y lo tiré
por la ventana, pero la muy malvada fue a la cajita donde yo guardaba mis
ahorros, me los quitó y se compró un cucharón nuevo.
Durante el invierno teníamos clases en la nieve y
además de darnos lecciones, nos enseñaban a esquiar y otros deportes de
invierno. Y durante esas clases yo tomaba alguna que otra fotografía con una
Kodak Instamatic y con una Kodak Poket. Y mandé a revelar los rollos en la
ciudad y cuando fui a buscarlas la señora del negocio me dijo: “¡Ah, pero qué
bonitas esas fotos! ¿Quién las sacó?” Le respondí que había sido yo. Y ella:
“Pero qué bien, tienes muy buen gusto, tendrías que dedicarte un poco más a
profundizar el tema”. Y yo pensé que seguro la señora le decía lo mismo a todo
el mundo para que siguieran comprando rollos y revelándolos ahí. Así que no
seguí su consejo. Pero siempre recordé lo que me dijo y esa fue la manera en
que yo empecé con la fotografía. Y seguí sacando fotos y revelándolas en el
mismo lugar y la señora: “¡Muy bien! ¡Cada día sacas mejores fotos!”.
Así seguí hasta que llegué a la edad madura y empecé a
estudiar cine y fotografía. Fotografía en la Escuela de Fotografía Vevey y cine
con Fredy Buache en Lausanne. Y me fue
bien. Y después trabajé en Arte y me metí a estudiar el examen de admisión para
entrar en Bellas Artes: pintaba, hacía logos, afiches, hacía un poco de todo.
Pasé el examen pero como yo era un año menor que los demás no me permitieron
ingresar y me dijeron que regresara al año siguiente, cosa que me pareció
totalmente estúpida e injusta porque si yo había aprobado el examen porqué
diablos no me dejaban estudiar. Así que me enojé y me fui a estudiar Arte y
Tipografía. Estuve allí hasta que se realizaron los Juegos de Lausanne e hice
un afiche muy bueno para la Copa Marlboro que se iba a entregar en un concierto de música. Pero me dijeron que
el diseño era muy vanguardista, muy moderno, y no lo aceptaron. Me molestó pero
lo acepté y seguí ahí. Y ¿qué veo 4 meses después de eso? Que el afiche que yo
había diseñado se había ganado un premio y estaba en todos los carteles de la
ciudad pero… ¡sin mi nombre! ¿Qué tal? Así de mala era la vida. Fue otro golpe
más, y de golpe en golpe fue mi vida, hasta que aprendí a defenderme.
Así que, a partir de esa experiencia, me dediqué más a
la fotografía, como autodidacta, porque había que pagar mucho en la escuela
entonces me retiré y me dediqué más al cine.
Después de recorrer bastante mundo llegué a Venezuela.
Y la primera obra de teatro que fotografié aquí se llamaba “Lecho Nupcial” con
Flor Núñez, que en aquella época era mi secretaria en el Teatro Cadafe, donde
yo era el Director Técnico. Ella y yo estudiábamos juntos teatro con Fausto Verdial y con Cabrujas. Esta obra era con el profesor
Magariños, que por cierto se murió en mis brazos y dejó todos sus libros,
discos, etc., a la fundación Cadafe, fundación que desapareció como por arte
de magia.
En el Teatro Cadafe, que era de la actriz América
Alonso y su marido Daniel Farías, tuve la dicha de conocer a muchísimos
talentosos artistas nacionales e internacionales, porque el teatro formaba
parte del circuito del Festival
Internacional de Teatro de Caracas (FITC), como el director teatral y fundador del Festival, Carlos Giménez, y la
bailarina Zhandra Rodríguez, y cuando la conocí a ella me enamoré de la danza.
Zhandra me contrató y empecé a viajar con ella y su compañía por todo el mundo:
fuimos a Japón, Alaska, Nueva York, Alemania, Suiza, España, Italia, China,
Canadá… me gustó mucho.
Me preguntas si fue fácil o difícil el camino de la
fotografía. Bueno, te diré que hubo altibajos. Porque yo tomaba las fotografías
para mí, no trabajaba para ningún medio,
y no sabía si era bueno o malo. Uno siempre piensa que es bueno en lo
que hace pero de ahí a que sea cierto… Hasta que un día llegó el Ballet de Roland Petit, que era el Ballet Nacional de Marsella, con la
bailarina principal que era Dominique Khalfouni y también estaba el genio
Patrick Dupond, un bailarín muy famoso que después llegó a ser el director de
la Opera de París y su bailarín principal y cuando ellos vieron mis fotos se
enamoraron de ellas y me dijeron:
-
-Pero
Roland, tú tienes que hacer un libro con todo ese material, ¡esas fotos son muy
buenas!
- Eso me animó mucho y fui a mostrarle mis fotografías a Armitano Editores. Me atendió Armitano y le encantó mi trabajo. Entonces yo le dije que iba a buscar un patrocinador para publicar un libro y él me dijo:
- Roland, no busques a nadie, me
encanta tu trabajo y lo patrocino yo. Después arreglamos el tema del dinero.
Yo por supuesto quedé asombrado y contentísimo y le
dije que sí, imaginate, ¡era una de las mejores editoriales del mundo! Y así
fue que en 1989 salió publicado mi libro
La Danza en Venezuela, que todavía puede comprarse en Amazon.
Vivir de la fotografía al principio no fue fácil, pero
igual lo hacía. Yo me podría haber hecho millonario haciendo fotos de
matrimonios, bautizos, fiestas, etc., etc., pero a mí, por loco o por creativo,
me gustaba fotografiar arte. Y aunque ganaba poco eso me hizo feliz toda mi
vida, que es lo más importante creo yo. No me importa no ser millonario y ser
un pela bolas porque hay fotografías mías en importantes museos de todo el
mundo, como por ejemplo Estados Unidos, Bélgica, Brasil, en el Museo Ibsen de Noruega.
La compañía petrolera de Noruega fue la encargada de comprar todas las fotos
que yo tomé de todas las compañías noruegas que vinieron el FITC y allí están,
formando parte de varios libros, cosa que me llena de orgullo. Y también hay
fotos mías en el libro que recoge 20 años de festivales internacionales en Caracas y en la biografía de Carlos Giménez que tú escribiste.
Y eso es para mí lo importante, dejar una marca, una
huella que es imborrable porque los libros siempre se quedan, igual que una
buena película, una buena canción.
Canciones nunca escribí pero sí actué en 10
largometrajes, inclusive aquí en Venezuela, y en obras de teatro. No estudié
actuación pero algo se me tenía que pegar con todas las obras que yo monté,
como productor y director técnico, y al
fotografiar tantos espectáculos hermosos.
Mis fotografías, salvo escasas excepciones, son
siempre a color porque para mí el blanco y negro es para el reportaje, para la
guerra para no ver tanta sangre, porque no es una fiesta ver tanta sangre,
tanta gente sin brazos, decapitados, no. En cambio la danza sí es una fiesta,
¿por qué? Porque es un trabajo multicreativo donde hay un escenógrafo que pone
color, hay una vestuarista que pone color, hay un iluminador que pone color; cada
uno de los bailarines y bailarinas tienen sus rostros maquillados con color
para que se resalten los rasgos que el director quiere que se destaquen. Me
fascina el color. Mi vida es color, yo no soy una persona opaca ni blanco y
negro.
FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO DE CARACAS (FITC)
Carlos Giménez, Venezuela ©Roland Streuli |
Yo tengo un archivo que va desde el año 1988 hasta el
2006, que abarca los festivales dirigidos por Carlos Giménez y, después de su
muerte, por Carmen Ramia. Fueron festivales impresionantes, los mejores grupos
del mundo pasaron por allí.
Y también tengo fotos hasta el 2021 de los festivales
que organizó al estado venezolano, decían que era un festival internacional
pero nunca fue tan gigante ni tan hermoso como en la época de Carlos.
LIBROS Y PREMIOS
Publiqué varios libros con mis fotografías, unos 7 u 8.
Yo llegué a Caracas en 1978-79 y el primer libro que
hice, en 1980, fue el de los 100 años del Teatro Municipal,
que realicé con la ayuda de Marta Mikulan, muy muy buena fotógrafa que también
hacía unas fotografías muy interesantes de ópera. Ese libro tuvo una gran
repercusión.
La Danza en Venezuela (1989)
es un libro muy importante para mí, porque contiene únicamente fotografías mías
y fue patrocinado y publicado por Armitano Editores.
Y por supuesto me da mucho orgullo que fotografías
mías formen parte de muchos libros publicados por el Museo
Henrik Ibsen de
Noruega.
Fotografías mías también forman parte de los libros
Por amor a la danza de María Eugenia Barrios y Offer Zack; Una visión un
legado Danzahoy de Luz y
Adriana Urdaneta; Cien bailarines de Carmen Sequera; The Best of Latin
American Photography; Carlos Giménez el Genio Irreverente (2023) y el libro María Teresa Castillo-Carlos Giménez-Festival
Internacional de Teatro de Caracas
1973-1992
(2023), tiene un capítulo dedicado exclusivamente a mis fotos.
Me dieron dos veces el Premio de Mejor Fotógrafo
Latinoamericano, desde México a Tierra del Fuego, y he sido condecorado y premiado varias veces
en Venezuela y otros países.
NACIONALIDADES, VIAJES
Alla Rakha, Roland
y Ravi Shankar, Teatro Teresa Carreño, Caracas, 1983. ©Roland
Streuli
Bueno, yo me siento venezolano, me siento suizo, me
siento argentino, me siento gringo, me siento del mundo. Muchas veces me pasa
que me preguntan: mira, ¿tú eres gringo? No. Ah, ¿alemán, italiano?
No saben cómo definirme. Cuando estoy en Suiza me dicen americano. Y aquí el
suizo, el gringo… pero nunca quien soy yo en realidad. Así que yo creo que yo
soy del mundo.
Yo me fui de Suiza
muy joven porque quería recorrer el mundo, conocer otras culturas. Todo
el mundo en esa época en la que yo tenía 18, 19 años, quería ir a la India, porque Los Beatles
y sobre todo George Harrison decidieron ir a la India estilo hare krishna a encontrar un gurú. Yo nunca he sido guruísta
a pesar de ser budista pero no andaba buscando un gurú, así que no fui a la
India. Mi gurú creo que era yo mismo, buscándome a mí mismo y me encontré
viajando. Y era lo que me gustaba desde chiquitico. Yo a los 13 años me iba
solo a ver conciertos, me quedaba fuera una semana y cuando regresaba ni
siquiera se habían dado cuenta de que me había ido. La primera vez me fui a
París y les mandé una postal de la Organización de la Radio y Televisión
Francesa, a donde me dejaron entrar y para mí estar allí fue impresionante
porque veía a la gente que yo había visto en la tele y eso era grandioso. Mi
primer concierto fue en el viejo aeropuerto de París y tocaba Jefferson
Airplane, y me quedé allí unos días con la poca plata que tenía. Me crucé con
estudiantes que me ofrecieron un lugar para dormir y comíamos un pedacito de esos deliciosos quesos
francés con un pan típico francés, la
baguette, un poco de salchichón, un poquito de vino y éramos felices. Y esa era
mi vida.
Hasta que una vez conocí en unos de esos conciertos a
un fotógrafo de la revista Rolling Stone,
yo le conté lo que hacía y él: ¡Oh, súper interesante! Él sacaba
sólo fotos de rock y a mí no me interesaba mucho pero me interesaba la vida de
él porque viajaba mucho a conciertos de rock y yo quería viajar. Así que decidí
sacar fotos y fue maravilloso porque así podía viajar gratis por todas partes y
encima me pagaban y muy bien. Entonces pensé que yo podía dedicarme a la
fotografía.
Y así fue como viajé por toda Europa, todo Estados
Unidos, Canadá, Las Bahamas, Puerto Rico, México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá,
Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina, Chile…
En Bolivia me agarró el golpe de estado de Banzer
entonces me fui para Chile y ahí me agarró el golpe del loco de Pinochet, entonces
me voy para Argentina y me agarró el golpe de estado de Videla. Y me tuve que
escapar por la frontera porque mi pasaporte estaba vencido y los militares en
Argentina eran muy arrechos, bueno, esa es otra historia. Me fui entonces a
Brasil, trabajé un tiempito en la Universidad de Brasilia, en la Mejoría de
Segundo y Primer Grado, y yo ya hablaba portugués, bueno más bien brasilero
porque es muito mais jóia, más
estilo samba, bueno, tú sabes... De Brasil me fui a la Guayana Francesa,
Suriname, Guayana y de ahí a algunas islas del Caribe como Trinidad y Tobago, Barbados, República
Dominicana, Haití, regresé a Caracas y después me fui otra vez a Colombia y volví a Caracas y dije: me voy, ya
quiero regresar a casa. Ahí tenía unos 28, 29 años.
Apenas llegué a Suiza, ¡ay dios! ¡que martirio! No
eran Los Martirios de Colón, como la ópera de aquí, pero fue terrible.
Llegué justo cuando se acababa el invierno así que pasé toda la primavera y el
verano feliz pero cuando llegó el otoño, ¡ahhhh! Me quería morir ¡Quince días!
¡Quince días! ¿Tú sabe lo que significa estar 15 días sin ver un rayo de sol?
En Caracas, bueno, un día o dos días puede estar lluvioso pero incluso esos
días siempre siempre aparece un rayito de sol. En Suiza no. Yo me sentía como
si tuviera una campana de vidrio en la cabeza, de esas que ponen para tapar los
quesos para que las moscas no los toquen. ¡Ah, horrible! Entonces llamé a
Daniel Farías, que era una de las personas que
iba a encargarse del Teatro Cadafe que yo le ayudé a construir con
vigas, con maderas, el escenario, después hice todo el techo e inclusive las luces… y Daniel me contrató para que
fuera el Director Técnico del teatro y así regresé feliz a Venezuela.
¿Cuál de mis fotos me gusta más? Me honro tenerme a mí
mismo junto a los gigantes de la música de Oriente y Occidente como lo son Ravi Shankar y
Yehudi Menuhin, esa foto para mí es lo máximo.
Te voy a contar una anécdota de la foto que le tomé a
Vittorio Gassman en el Teresa Carreño. Él estaba actuando y yo en primera fila
tomándole fotos. Y él se molestó conmigo por el click de la cámara, paró la
obra y me dijo: aprovecha ahora. E hizo varias poses y al final me dijo: ¿Ya
terminaste? Trata de hacer silencio ahora. Y me sentí chiquitiiiiiiiico,
apenado, rojo. Imagínate, un actor de la talla de Vittorio Gassman.
También me gustó mucho tomarle fotos a Alfredo Sadel y
por supuesto al amor de mi vida que fue Tío Simón (Simón Díaz) y sus
maravillosos temas poéticos, sus tonadas, un genio. Y muy buen amigo al igual que su hija Bettsimar.
Cuando le tomé las fotos a Alfredo Sadel, nuestro
cantante favorito en Venezuela, fue en un concierto dos o tres días antes de
que él se muriera. Y sinceramente yo no sabía quién era él pero me encantó su
voz, cantaba bellííííísimo, cantaba en silla de ruedas y yo no sabía que él
estaba muy enfermo pero el público sí. Y la gente se puso a llorar mientras él
cantaba y fue tan emocionante que hasta yo, sin saber quién era, me puse a
llorar también, las lágrimas también se contagian y estaba todo el Teatro
Teresa Carreño llorando. Y bueno, fue una despedida de llorones pero él lo
agradeció muchísimo, fue muy emotivo y ahí me di cuenta que Alfredo Sadel era
un gran hombre y un cantante excepcional.
A nivel jazz me gustaba muchísimo Aldemaro Romero, que
tenía una hija maravillosa que se llama Ruby, casada con otro genio de la danza
llamado Vladimir Issaev. Aldemaro, como jazzman, fue el que implementó un poco
el clásico del jazz aquí y fue el primero en invitar a Louis Armstrong a tocar
en Venezuela.
Louis Armstrong y Aldemaro Romero. Cortesía Ruby Romero
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He fotografiado a tanta gente talentosa y que además
son excelentes amigos y amigas que no puedo, al final de cuentas, decirte a
quién me gustó más fotografiar.
A nivel teatro me fascinaba el británico Lindsay Kemp,
que no sé si tú sabías pero era bisnieto del propio Williams Shakespeare, y el
primer espectáculo que presentó en Caracas se llamaba Flowers y lo
presentó en el Teatro Nacional. Yo quedé impactado porque con mi mentalidad de
suizo casi recién llegado a Venezuela, el espectáculo me parecía porno y no
entendía: gente masturbándose en los andamios al aire libre… era como chocante.
Pero sin embargo pude apreciar el talento de los actores y al final se
convirtieron en muy buenos amigos míos. Dos actores del grupo se quedaron aquí:
Robin, que enderezaba cuellos y daba clases de teatro, era una joya de persona
y un actor chiquitico y feo como él sólo pero un amor de persona y era ciego,
totalmente ciego, pero hacía un tejidos maravillosos con unas agujas inmensas.
Él me tejió un sweater marrón con huecos grandes que era una hermosura de sweater,
me midió con sus ojos ciegos y el sweater me quedó perfecto y todavía lo tengo
aquí en el escaparate y es una de las pocas cosas que he guardado y él era un
amigo realmente fabuloso. Y los maquillajes que se hacía sin ni siquiera verse
eran alucinantes.
El polaco Tadeusz Kantor y su obra La Clase Muerta me
impactó muchísimo, también el eslovaco Tomaz Pandur, el francés Philippe Genty,
los españoles La Fura dels Baus, otro artista que me impactó mucho fue Alwin Nikolais
y por supuesto el genio sin palabras, y
muy amigo mío, el mimo Marcel Marceau. Con él yo hice una gira completa por
Venezuela y en el Hotel Pipo de Maracay
ocurrió algo. Marcel siempre usaba un peluquín, con una gomita que se ponía por
debajo, porque tenía muy poco pelo. Y una
mañana muy temprano lo veo en la piscina, en interiores, y de repente se echa al agua y por supuesto
los interiores le quedaron en los pies y el peluquín le quedó en la mandíbula
como si fuera una barba. ¡Fue un show! Y en ese momento no tenía mi cámara
conmigo porque yo iba como interprete y como su director de escena, para
ayudarlo en todo lo que necesitaba. Fue muy cómico y es una cosa que no te pasa
todos los días.
Otra anécdota con Marceau es que cada vez que nos
íbamos de gira él me daba dinero, 100 o 150 dólares para que yo repartiera
entre los técnicos de los teatros donde actuaba, para que estuvieran contentos.
Marceau no era nada pichirre, al contrario, era súper generoso y apreciaba el
arte en toda su plenitud y él dibujaba muy lindo.
Marcel Marceau y Roland Streuli. ©Roland Streuli |
Pero quiero decirte que para mí todos los espectáculos
y todos los artistas tienen su valor, desde el momento en que una persona crea
algo, sea lo que sea, yo le recomiendo a la gente que vaya a verlo, porque esa
persona quiere decirnos algo, transmitirnos algo, comunicarse con nosotros y de
repente ese es su único medio que tienen, porque son tímidos o les da miedo… Claro que hay un montón de porquerías
también pero no importa, no se puede despreciar a nadie porque hay que calzar
el zapato del ser humano en el momento en que él se mete en su papel de
presentarnos su arte y no siempre es fácil. Por eso que yo siempre trato de
quedarme hasta el final de una obra aunque me meta el dedo para vomitar.
LA ANÉCDOTA DE ROLAND
Roland en Jesucristo Super Star, Caracas 1983. ©Roland Streuli |
Ocurrió un día del año
´78 o ´79 cuando yo estaba en las
afueras del Teatro Nacional. En aquella época yo usaba zuecos de madera y una
túnica con una capucha encima. Cerca del teatro hay una iglesia, una señora
salió de allí, se me acercó asombrada y me dijo:
-Yo sé que usted no me conoce pero yo sí sé quién es usted.
Por favor mi diosito, deme la bendición.
- No señora, yo no soy aquel.
- Yo sé que usted no lo puede decir
pero no importa, por favor, ¡deme la bendición!
Y entonces, para no defraudarla y para que se fuera,
le di la bendición.
No pasaron ni 5 minutos que vino otra señora a pedirme
lo mismo. ¡Pensaban que yo era Jesucristo! Entonces me quedé sorprendido
preguntándome qué estaba pasando. Sabía que me parecía a la imagen que había de
Jesús pero esto me parecía demasiado. Y otra persona salió de la iglesia y me
pidió la bendición. Y entonces me dije: no, no, no puedo usurpar una figura tan
importante como la de Cristo.
Entonces me fui caminando despacito mientras a mis
espaldas podía oír cómo crecía un murmullo de
señoras y señores que me seguían: bendición, diosito, bendición, por
favor diosito, ¡bendición! ¡bendición! ¡bendición!
Entonces empecé a correr.
AUTORRETRATOS CON ARTISTAS
Con Julio Bocca y Leonardo Padrón
Con Rocío Dúrcal
Con Ana Torroja y Miguel Bosé
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Con Antonieta |
Entrevista: ©Viviana Marcela Iriart, mayo-julio 2024